Las primeras vacaciones (De "Luigi Giussani. Su vida)

Desde el comienzo de su implicación con los jóvenes de AC, Giussani prestó una atención especial al tema de las vacaciones. Así es como hablaba de ello en un breve artículo titulado «¡¡Estudiante!!», que publicó en Le nostre battaglie de agosto de 1954: «Evidentemente no hay vacaciones para los vínculos ideales. G.S. continúa. En todo lo que hacen los seres humanos, lo que permite continuar es una virtud tan bella como difícil, que se llama fidelidad. [...] Las vacaciones no implican que la persona se quite de encima las reglas del buen vivir, que durante el año fueron motivo de lucha y esfuerzo. El segundo modo para continuar G.S. es no frenar el camino de la virtud. [...] El tercer modo para continuar G.S. es aprovechar las ocasiones para hablar de ella a los nuevos conocidos, recoger direcciones, difundir sus ideas, intervenir con vivacidad en las conversaciones para resolver problemas o discusiones a la luz de las indicaciones recibidas. Sé fiel: G.S. continúa».

Esta última indicación explica la primera difusión del movimiento fuera de los límites de Milán, inicialmente en la zona de las playas de la costa adriática, donde algunos de los giesinos pasaban las vacaciones con sus familias y empezaban a hablar de lo que habían comenzado a vivir en los colegios de Milán.

En 1959 Francesco Ventorino (conocido como ‘don Ciccio’) era joven sacerdote siciliano que había terminado sus estudios en Roma obteniendo el doctorado en Filosofía por la Universidad Gregoriana. Los superiores, seguros de su preparación cultural, le confiaron el cargo de consiliario de la FUCI y la clase de Religión en un colegio de bachillerato de letras en Catania. En su intento de evangelizar a los bachilleres y los universitarios advirtió una dificultad: «Si bien por una parte yo estaba convencido de la verdad del cristianismo, por otra no conseguía hacer que resultara interesante para la vida de mis chicos y de mis amigos». El anuncio cristiano se quedaba, en el mejor de los casos, como objeto de investigación intelectual o de dialéctica. «No sabía ni siquiera a quién plantear estas cuestiones en un contexto eclesial que, por lo general, vivía satisfecho de la masiva presencia de los cristianos en la vida del país». Un día tres alumnos suyos le pidieron el salón de la FUCI para tener una reunión con una chica que había venido de Milán, la cual, en su opinión, «‘daba religión’ mejor que yo. Les di gustoso las llaves para que lo utilizaran cuando quisieran. Pero una vez me picó la curiosidad y fui a ver. Me encontré la sala llena de jóvenes que hacían lo que después supe que era el ‘radio’ con esta chica [Adriana Olessina, nda] que presidía, daba la palabra a cada uno ordenadamente y al final realizaba una síntesis. Era una jovencita rubia y esbelta, de solo quince años de edad».

Al escucharla, don Ventorino se dio cuenta de que había encontrado, lo que había estado buscando en vano: un método de vida cristiana. «Después de la reunión le pregunté de quién había aprendido las cosas que había dicho y ella empezó a hablarme de un tal don Giussano, a quien había tenido como profesor de religión en Milán solamente un año [...], después de lo cual se había visto obligada a venir a Catania con su familia por motivo del trabajo de su padre». En ese momento le preguntó cómo podía conocer a Giussani. El encuentro con él tuvo lugar en el verano de 1960 en el Passo di Costalunga, en los Dolomitas, durante unas vacaciones de GS. «Recuerdo que participé solamente un día [...], pero me confirmó en la intuición que había tenido: aquel hombre tenía el secreto que yo buscaba. [...] A todos y cada uno se les [...] proponía rehacer la experiencia de los primeros discípulos, tal como estaba descrita en el librito que me entregó al despedirme». Se trataba del borrador de Tracce d’esperienza cristiana (ed. esp.: Huellas de experiencia cristiana, Encuentro, Madrid 1978-2012), que iba a publicarse poco tiempo después. La mirada de don Ventorino se fijó en esta frase: «Cristo era el único en cuyas palabras se sentía comprendida toda su experiencia humana, sus necesidades se veían tomadas en serio y clarificadas cuando estaban inconscientes y confusas [...]. Sus experiencias, sus necesidades y sus exigencias eran ellos mismos, aquellos hombres concretos, su humanidad misma».

En los años sesenta Gelsomina Angrisano y Silvana Levi (que luego se harán monjas) eran compañeras de pupitre en el liceo Berchet, alumnas de don Giussani. La fascinación que brotaba de aquel hombre durante las clases las llevó a estrechar amistad con los chicos que le seguían y, en el verano de 1961, aceptaron la propuesta de pasar una semana en la montaña. «Fuimos al Passo di Costalunga, en el Trentino», cuenta sor Gelsomina.

«Un grupo, entre los cuales estaba más abajo, en Vallonga, porque no cabíamos todos en el hotel. Lo que caracterizaba la relación con Gius era que tanto encasa como en vacaciones se nos pedía que lo diéramos todo». Y ¿cómo podían darlo todo chavales de quince o dieciséis años?» «No había un minuto vacío de significado», continúa sor Gelsomina. «Se empezaba temprano con el rezo de la hora Prima, y luego la misa. Un día sí y otro no, hacíamos una excursión. Los primeros días, caminatas más fáciles, luego más difíciles. En la excursión caminábamos en fila india, manteniendo todos el mismo paso, en un silencio lleno de relación entre nosotros y lo que teníamos alrededor: ‘La belleza de las montañas e signo —decía don Giussani—, toda la realidad es signo. Por eso caminamos en silencio’».

Había una «atención, una compañía que llegaba hasta los detalles», añade sor Silvana. «Como aquella vez en que, durante una excursión invernal a la nieve, uno rompió los esquíes que había alquilado. No tenía dinero para pagarlos. Los pagó don Giussani, con su dinero, ¡no con el del fondo común!».

Marchas, grandes juegos y por la noche, después de cenar, los ‘Frizzi e lacci' (parodias, con significado, de hechos y dichos sucedidos durante los días de convivencia, ndt) o bien la presentación de libros.
Continúa sor Silvana: «El año anterior, en Alba di Canazei, don Giussani nos había leído toda La Anunciación a María (drama de Paul Claudel, ndt), cada noche un trozo: a través de aquellas páginas nos explicaba nuestra vida».

Lo de los ‘Frizzi e lacci’ es un asunto característico de la forma que tenía Giussani de relacionarse con los jóvenes. Habla de ello uno del los que lo idearon en la época en que era estudiante de bachillerato, Marco Martini: «Siempre me había fascinado mucho el hecho de que cualquier interés humano pudiera ser visto a la luz del encuentro con Cristo. A mí por ejemplo me gustaba mucho actuar, una pasión compartida además con otros; así nació el grupo ‘Frizzi e lacci’. Junto a mí estaban también Zola, Clericetti, Peregrini (el ‘Señor No’ de los programas de Mike Bongiorno), Mascagni, Monti, Fantini... era como un grupo de intervención rápida: aprovechábamos todas las ocasiones para representar nuestras parodias, que a veces eran bastante largas».

Y Guido Clericetti (luego dibujante y autor televisivo) añade «Eramos un poco extravertidos; por eso empezamos a hacer pequeños espectáculos y nacieron los ‘frizzi’», valorados por Giussani hasta convertirse en una cita fija durante las vacaciones. «Por la noche, normalmente, incluso cuando estaba previsto el radio o la audición de buena música, el momento era introducido siempre por un cuarto de hora de ‘frizzi’; algunas noches en cambio solo había espectáculo. Estos ‘frizzi', eran siempre una especie de revisión de lo que había sucedido durante la jornada», una relectura de los hechos llena de ironía.

Después de la velada, a cierta hora, el silencio, que era sagrado: «Don Giussani no toleraba que estropeáramos una experiencia de belleza», explica sor Gelsomina.
Así eran las vacaciones comunitarias, pero al final de aquellos días, la cosa no terminaba: «Había una lista de libros que se aconsejaba para las vacaciones», recuerda sor Gelsomina. Y entre estos, cada año, uno en particular, sobre el que había que hacer una reseña para mandarla a la sede. Recuerdo Sabiduría griega y paradoja cristiana de Moeller, y La lectura cristiana de la Biblia de Celestino Charlier». Y sor Silvana añade que Giussani sugería escribir a los amigos y a los compañeros «para mantener las relaciones y no perder la experiencia vivida durante el año. Para mí era un esfuerzo enorme, pero lo hacía; ¡incluso me había hecho el propósito de escribir una carta cada día!».

Giussani contará un episodio de unas vacaciones que, en su opinión, eran las más bonitas que había pasado, las primeras, en Alba Canazei, con ciento veinte estudiantes: «Estaba con nosotros un seminarista que se había licenciado en Derecho algunos años antes y había entrado en el seminario. Y después de las vacaciones me dijo que le había mandado aposta con nosotros monseñor Giovanni Colombo» (desde diciembre de 1960 obispo auxiliar de Milán), porque la idea de llevar de vacaciones a chicos y chicas juntos no le dejaba tranquilo. Aquel seminarista volvió de las vacaciones y le dijo: ‘¡Peor que unos ejercicios espirituales! Piense que rezaban laudes... puntuales y según la regla. Excelencia, ¡si el seminario fuera así, funcionaría mucho mejor!'» Giussani añadía que el hecho se lo había contado el mismo seminarista: «Me lo contó él, [es decir] monseñor Nicora».

En la organización de GS las vacaciones y, más general, el valor educativo del tiempo libre, cumplían un papel relevante: «Desde los comienzos de Gioventù Studentesca tuvimos siempre un concepto claro y sencillo: el tiempo libre es un tiempo en el que no tenemos obligaciones, no estamos obligados a determinadas tareas: el tiempo libre es tiempo 'libre’. A menudo discutíamos con los padres y profesores acerca de si GS ocupaba demasiado el tiempo libre de los chavales. Ellos defendían que deberían estar estudiando o ayudando en casa; sin embargo, yo les decía: «¡Pero los chicos tienen que tener tiempo libre!». Y objetaban: «Bueno, pero a un joven o a una persona adulta, se le juzga por su trabajo, por la seriedad en su trabajo, por la tenacidad y la fidelidad al mismo». «No - respondía yo -, ¡en absoluto! A un chaval se le juzga por cómo usa su tiempo libre». Y claro, todos se escandalizaban. Sin embargo, si es tiempo libre, significa que uno es libre para hacer lo que desea. Por tanto, uno comprende lo que quiere viendo cómo utiliza su tiempo libre. Si un chico o una persona madura desperdicia su tiempo libre, no ama la vida: es un necio. [...] Las vacaciones son el tiempo más noble del año, porque uno se compromete como quiere con el valor que reconoce. más relevante en su vida; o bien, no se compromete con nada, pero entonces es un necio. [...] si las vacaciones no te hacen recordar lo que más querrías recordar; si no te hacen más bueno hacia los otros porque te vuelven más instintivo; si no te enseñan a mirar la naturaleza en su profundidad; si no te hacen vivir un sacrificio con alegría, el tiempo de descanso no alcanza su objetivo.

(Alberto Savorana, "Luigi Giussani. Su vida", Ediciones Encuentro - pp.247-251