Que la petición sea la avanzadilla de nuestra humanidad que va a la batalla

Palabra entre nosotros
Luigi Giussani

Apertura de curso de los adultos de CL de Lombardía. La intervención conclusiva de don Giussani.
Milán, 21 de septiembre de 2002


Con mi intervención quiero dar gracias a Dios delante de todos, ante los que conozco y la mayoría que no conozco aún, pero con quienes estoy destinado a vivir lo eterno. Ese eterno que está presente en cada uno de nosotros y entre nosotros; y que día tras día vence la desolación a la que el hombre se abandonaría.

Os digo algo que la vida me ha enseñado. Se precisa una gran alma, un gran corazón, como el de los niños, porque el Señor en su Evangelio no dijo: «Si no sois estudiosos, si no sois intelectuales o buenos, como muchos científicos, como tanta gente honesta...»; nos dijo: «Si no sois como niños no entraréis en el Reino de los Cielos».

¿Y cómo se hace presente un niño? Llorando o riendo, sonriendo o compadeciéndose, su expresión última es llamar a su madre: «¡Mamá!». En esta palabra «madre» está todo lo que salió de la nada, todo lo que sale a la luz paso a paso desde nuestra nada, hora tras hora, día tras día.

Todas las mañanas de mis días, yo me exhorto - siempre lo hice - a pedir a Dios, es decir, a ser como un niño. Porque ser niño significa reconocer al ser que nos aferra por completo y aceptar la posesión que Otro tiene de nosotros. Otro, que es el Misterio.

La expresión que el Misterio tiene en nosotros es la petición, la súplica, o mejor aún, la súplica de la petición, la oración como una petición, una invocación mendicante: el hombre mendiga a Cristo como Cristo es mendigo del hombre. Nuestra carne debe transmitir este mensaje cada mañana al retomar su labor, al reanudar su trabajo cotidiano.

¡Que el Señor nos acompañe para que podamos entenderlo! Imploremos a la Virgen María, madre generosa y abogada eficaz a lo largo de tantos años. Pidámosle la gracia de continuar su piedad, de prolongar su perdón y perpetuar su misericordia, tal como reza la oración de Dante que aviva en nosotros un aliento que llega desde los siglos pasados.

Aunque no comprendamos las palabras que decimos, usémoslas, porque no tenemos ningún motivo para decir: «son inútiles», «no tienen sentido». ¡Que la oración llegue a ser petición, llegue a lo esencial que es pedir!

Que la oración sea, en los confines de nuestro humano horizonte, la avanzadilla de nuestra persona, de nuestra humanidad que va a la batalla, porque la condición de la lucha es inexorable e inevitable en la vida. Es más, para el Señor implicó subir a la cruz: la cruz con la que se identificó el Misterio eterno. El Misterio infinito ha entrado en nuestra vida mortal y para imponerse a nuestra vida murió en la cruz, aceptó morir en cruz. Pero en ningún momento su dolor pudo quitarle la alegría última que le aguardaba más allá del horizonte, más allá de su mirada humana: el amor del Padre.

¡Vivamos la oración como la primera avanzadilla, la punta de lanza del combate que es la vida! Que ningún error, ninguna reincidencia en nuestros errores, nos detenga. ¡Porque Dios es misericordia! El Ser es misericordia, el Eterno es misericordia y nosotros lo veremos plenamente.

¡Virgen María, madre del Hijo, tú que fuiste madre de tu hacedor, asístenos! Nosotros, hijos tuyos, queremos seguirte; nacer de ti, renacer al sabor de tu perfume y de tu rostro.

Ayúdanos, madre nuestra, a estar seguros ante la jornada que nos toca vivir: dolor o alegría; dolor y alegría.

María, «Virgen madre, hija de tu Hijo, la más humilde y alta de las criaturas, término fijo del eterno consejo».

El Misterio se ha revelado y se nos revela cotidianamente como el Ser, como amor. Ser quiere decir Amor, y para el hombre que vive aún en esta vida terrena, ser amado es ser perdonado.

Que el Señor nos auxilie, por intercesión de María, siempre Madre nuestra.
¡Adiós!