¿Qué seguir todavía?

Página Uno
Luigi Giussani

Apuntes de dos intervenciones en el Retiro de los Novicios de los Memores Domini (Molveno y Todi, 30 de mayo de 2004) y en el encuentro de los Visitors y Capicasa de los Memores Domini (Milán, 13 de junio de 2004)

Perdonad la extrema conmoción que me lleva a expresar mi gratitud por estos pocos minutos en que he podido escucharos: se me ha impuesto vuestra sensibilidad humana con su vivacidad llena de esperas, observaciones y posesión.
Con mi voz os lo agradezco y os ruego que no perdáis nada de la fortuna que os ha tocado encontrando en la historia de vuestra vida, y por tanto en la historia de vuestro mundo, una compañía como esta.
Don Pino, con su habitual precisión cálida e impetuosa, ha hablado del hombre como medida de las cosas. Creo que, de todos vuestros intentos de expresar vuestra propia circunstancia existencial, la expresión de don Pino es la más perfecta, objetivamente, áridamente, si queréis, pero la más perfecta.
El hombre como medida de las cosas: este es el enemigo, el único enemigo de Cristo. El hombre como medida de las cosas. Cuanto más abre el hombre de par en par su mirada, y agudiza el oído de su corazón para advertir lo que puede entrar en el ámbito de su conocimiento –la presencia del Espíritu, la acción de esta Presencia impensable...–, cuanto más atento está, más se agita su vida por todas partes; no “se agita” en sentido literal, sino que “se agita” como las olas del mar cuando el viento llega y lo sacude; más o menos velozmente mueve todas las olas de nuestro mar.
Que este moverse de las aguas de nuestro corazón frente al problema de la medida última de las cosas nos ayude a comprender el camino que hemos de recorrer para que sea luminosa la mirada que llevamos sobre el mundo.
Demos gracias a Dios por la ocasión, la ocasión más grande de nuestra vida. Lo cual nos haga deudores hacia nuestros compañeros de camino, hacia quienes guían esta compañía, y a la vez colaboradores hasta tal punto que no ahorremos esfuerzos para ofrecer a todos lo que tenemos.
Gracias. He querido intervenir para comunicaros este pensamiento, porque es demasiado infeliz quien cree que el hombre es la medida, pues por todas partes estamos obligados a superar esta malevolencia inducida.
De nuevo, gracias. Espero poder escucharos de nuevo y que me mandéis la transcripción de vuestras futuras conversaciones, porque a la fuerza tendréis que retomar este punto con don Pino y con todos nosotros.
(A los Novicios de los Memores Domini)

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Gracias, don Pino, por dejarme unos minutos para decir cómo me adhiero plenamente a todos los matices, a todos los detalles de las intervenciones que he escuchado, pero entiendo que hay una carencia a la hora de afirmar tanta riqueza y aceptar el don que se nos ha hecho. Hay una carencia que me cuesta definir o explicar, quizás porque yo nunca he sentido así la diferencia de ciertos momentos, o de un determinado momento de la vida, de lo que me había unido y me unía a la vida de otros.
Por ello, quiero ceñir mi preocupación a expresar la necesidad de esa fidelidad que se llama oración, fidelidad que debe desplegarse y realizarse como oración. Fuera de esto hay una carencia tal que tiende a hacer peligrosamente dudoso también el resto. Mientras que la experiencia del hecho de Cristo, tal y como el Padre ha querido que Él nos la entregara, acontece en esa modalidad única de fidelidad que es la plegaria. La oración –me atrevería a decir– en su banalidad de adhesión a un hecho ya completo, a algo que ya hemos seguido.
Comprendo que lo que hace interesantes las observaciones que se hacen o que nos hacen será darnos cuenta de qué quiere decir ponerse a rezar, qué quiere decir esta referencia última a una Presencia inevitable, la Presencia que don Pino ponía en el centro de sus consideraciones. De lo contrario, lo que domina es un vacío, esta vacía repercusión de la nada en mi yo en la relación con Dios si no se expresa como petición, como oración.
Me pidieron un telegrama para una fiesta que se celebra en Chieti con ocasión del aniversario de san Camilo de Lelis y me he permitido escribir este mensaje para todos: «“La fe es una obediencia de corazón a la forma de enseñanza a la que hemos sido confiados”.1 Con toda la pasión de mi corazón de hombre [¡y esto lo digo claramente!], os deseo que este amor sea la inspiración de toda vuestra vida; lo cual constituirá entonces vuestra proeza generosa para con todos los hombres que encontréis».
Esta mañana la vejez me estorba sin que lo hubiera previsto, pero he venido aquí y he visto que esta vejez ha tenido un efecto exactamente opuesto y directamente decisivo para mí, porque lo que he escuchado hoy en los contenidos que ha señalado don Pino ¡raramente en estos decenios se ha dicho de manera tan límpida, cargada de sentido y emotivamente provocadora!
(A los Visitors y Capicasa de los Memores Domini)