Pertenecer es ser generados, es decir, ser hijos

Movimiento, palabras para una reanudación
Luigi Giussani

La jornada de inicio de curso de CL en la diócesis de Milán.
25 de septiembre de 1999


Las palabras introductorias de don Giussani

Un brano dalla Bibbia, che la Chiesa ci ha fatto recitare nel Breviario, fa diventare memoria ciò cui il Signore vuol richiamarci tutti per non tradirlo, anche inconsapevolmente, in questi tempi oscuri.

"Così dice il Signore:
"Fermatevi nelle strade e guardate,
informatevi circa i sentieri del passato,
dove sta la strada buona e prendetela,
così troverete pace per le anime vostre"" (Ger 6,16).

In questa terribile prova per cui Dio fa passare la Chiesa, quando tutti i suoi figli, quando tutti i credenti in Cristo sono assaliti, come da convincente e - di fatto - unico maestro, dallo Stato, la voce e il grido del profeta Geremia appare come indicazione di vera salvezza.

Vi auguro che questo richiamo venga accettato come io l'ho compreso dalla lettura biblica, venga accettato e compreso come divino suggerimento per ogni vostra posizione nella vita e nella società.

Vi auguro che Dio vi doni fratelli che vi siano esempio di questo e, perciò, vi siano utili nel cammino.

Proponemos a continuación los apuntes de la intervención de Giancarlo Cesana

Cuál es el problema - no la objeción, ya que nuestro acercamiento a la realidad es positivo - que hemos tratado de afrontar durante estos últimos años? ¿Cómo podemos resumirlo? Creo que el problema es la inconsistencia del yo, es decir, la desorientación que afecta al hombre moderno, que nos afecta a cada uno de nosotros y a la sociedad en la que vivimos; la incapacidad para tener unas coordenadas, un criterio al afrontar la realidad, la incertidumbre con respecto a uno mismo y a las cosas. Don Giussani ha aludido desde hace tiempo a este problema. Creo que la primera vez que lo denunció claramente fue hace ya casi 15 años en un Equipe del CLU, cuando dijo que le parecía que el hombre de hoy estaba bajo los efectos de Chernobyl: exteriormente igual, pero afectado por una radiación que lo minaba por dentro y debilitaba su relación con la realidad, la dañaba y la amenazaba.
Siempre hemos abordado esta cuestión y ciertamente don Giussani la ha sentido como una urgencia grave. Sin embargo, creo que con ocasión de la nueva edición de El rostro del hombre, se afrontó la cosa de una forma sistemática. La introducción del libro se centró sobre el problema del yo, de mi yo y, por ser una cuestión mía, lo es también de todos.
En 1995 empezamos la escuela de comunidad tratando de encontrar este rostro humano que ya no se encuentra. Cada vez que voy a un museo de arte moderno me impresiona ver que no se encuentra la descripción de un rostro humano, no somos capaces de representarlo: ha desaparecido del arte el rostro del hombre. En este camino hemos llegado a plantear en el Meeting del año pasado que “La vida no es sueño”, denunciando la huida como la actitud más frecuente que se adopta ante la desorientación, la incertidumbre, el esfuerzo y el desgaste de la vida.

El yo y el pueblo
El año pasado, al volver de la Asamblea de Responsables que hacemos todos los años en La Thuile, Piccinini, Savorana y yo fuimos a visitar a don Giussani para comentar con él cómo había ido el encuentro y cómo habíamos tratado de afrontar la preocupación que he descrito.
Él nos miró, se paró a pensar y más o menos nos dijo: estamos insistiendo sobre la inconsistencia del yo, la desorientación de la persona, su incapacidad y su fragilidad ante la realidad, pero ¿cómo puede recuperarse este yo? No basta un discurso, no basta tampoco un reclamo: el yo debe estar vinculado a algo, debe ser sostenido por algo, debe ser ayudado, debe pertenecer a un pueblo.
Si recordáis - siguiendo también la prensa, porque don Giussani ha escrito en algunos periódicos -, hubo una serie de intervenciones suyas que trataban de describir la naturaleza del pueblo. Señaló, sobre todo, la profecía que el pueblo judío supone para el pueblo cristiano: una realidad constituida por Dios mediante un vínculo de sangre. Profecía sobre nosotros, porque para ser cristiano hay que ser antes judío y también porque el pueblo es una realidad aún más dramática y poderosa, ya que no se trata de un vínculo de sangre, sino de un vínculo de libertad, de una adhesión.
Pero don Giussani acusó de insuficiente este reclamo y profundizó en dos palabras durante los últimos Ejercicios de la Fraternidad: ‘pertenencia’ y ‘Cristo’ (la primera y la segunda lección, “Cristo todo en todos”).

Pueblo y pertenencia
Giussani insistió en que era necesario volver a descubrir la pertenencia no como algo opcional, no como una elección que uno toma (“Yo elijo pertenecer”), sino como una condición de nuestra naturaleza de criaturas, es decir, del hecho de que no nos creamos a nosotros mismos y, por tanto, pertenecemos a alguien. Alguien nos ha hecho y somos suyos.
Subrayó esto y volvió a proponer a Cristo como cumplimiento de esta percepción elemental del espíritu humano, porque si el hombre se mira a sí mismo con sencillez, teniendo en cuenta su propia experiencia, no puede dejar de reconocer que pertenece, que es hecho por otro: por su padre, por su madre... y aún más, por Otro.
Sin embargo, es Cristo quien desvela el porqué y el cómo de todo esto, es Cristo quien nos desvela al Creador, quien nos desvela a Aquel que nos hace. Como ha dicho don Giussani - lo encontraréis en el texto de los últimos Ejercicios de la Fraternidad -, Dios ha querido que el hombre, la nada, le amase libremente y en Cristo nos ha revelado nuestra grandeza y nuestra libertad, el destino al que estamos llamados.
Por aquí empieza la reconstrucción del yo: por el descubrimiento de que pertenecemos a Cristo. Pero, ¿cómo se expresa esta pertenencia? O, si queréis, dicho de una forma más banal: ¿para qué sirve ser cristianos? Porque Dios hace salir el sol sobre buenos y malos, nosotros sufrimos, enfermamos y morimos como todos los demás, entonces ¿porqué ser cristianos?
O para decirlo con el salmo que don Giussani repite siempre últimamente: ¿qué es el hombre para que cuides de él? ¿Quién soy yo para que te intereses tanto por mí? ¿Qué puedo dar yo a cambio de mí mismo?

Pertenencia y ontología
¿Cómo se manifiesta en nuestra vida y cómo se expresa ante los demás la pertenencia a Cristo? Sobre esto hemos reflexionado durante la Asamblea de Responsables de este año, en La Thuile, y ya don Giussani lo había anticipado hace dos años al observar que la moralidad está ligada a la ontología, es consecuencia de la ontología, es decir, de la conciencia que uno tiene de lo que es. Por tanto, es un problema de conocimiento: Cristo nos introduce a un nuevo conocimiento de uno mismo y del mundo. Pertenecer permite conocer y así la libertad puede expresarse y adherirse. Porque si estás en coma, si estás distraído, no conoces y no eres libre.
Esta palabra - ‘conocimiento’ - queremos entenderla bien, porque en el mundo moderno está demasiado viciada por un defecto de intelectualismo, está demasiado ligada a una concepción de la inteligencia como un circuito de neuronas, como si nuestra cabeza fuera un ordenador y nosotros fuésemos ordenadores o, si queréis, seres determinados como los animales: si fuera así, ¡yo no sería un médico, sino un veterinario de seres superiores!
Personalmente, me di cuenta de lo que significa la palabra ‘conocimiento’ antes de encontrar el movimiento, cuando miraba de lejos, en el sentido de que no me adhería, a las personas de GS. Recuerdo que una tarde - de vez en cuando se juntaban los grupos católicos de la parroquia - oí hablar de cómo Giussani había leído el pasaje de Ulises en la Divina Comedia de Dante. Me impresionó muchísimo por su genialidad de interpretación. Decía que Ulises había osado demasiado y se había equivocado, no tanto porque había intentado alcanzar el infinito, no porque había tratado de ir más allá de las Columnas de Hércules, sino porque lo había intentado con sus medios, con sus medios limitados, con su pequeña barca, en definitiva, con un instrumento inadecuado, y esto le había perdido.
Me impactó mucho el que explicara este pasaje de Dante como si fuera suyo; era alguien que se daba cuenta de lo que decía. En segundo lugar, me impresionó porque yo me sabía ese párrafo de memoria, pero no había entendido nada, o sea, no lo conocía. El problema del conocimiento no es un problema escolástico ni un problema intelectual.

Ontología y conocimiento
¿Cuándo se conoce? Se conoce cuando la adhesión al contenido de una determinada propuesta, la adhesión a lo que se ve, implica, requiere la adhesión de toda la vida. El conocimiento de la realidad nace como adhesión a un acontecimiento que nos interroga sobre nuestro destino, no sobre si sabemos o no una cosa. Es decir, se conoce con el corazón, como explica muy bien don Giussani en la escuela de comunidad: inteligencia y afecto.
Conocemos porque nos impresiona algo de tal forma que el contenido concreto que se nos propone interroga toda nuestra vida. Existencialmente, ésta es la experiencia de un acontecimiento, es decir, de algo que no te deja como estabas y es la experiencia del ciento por uno, porque el ciento por uno es un acontecimiento en tu vida que te abre al infinito. Es el principio de una “fiebre de vida” - como dijo don Giussani -, de una inquietud que impide que la vida siga como antes.
También hace poco, Giussani ha vuelto sobre la expresión “ciento por uno”. Porque nosotros pensamos en ello como en la realización de lo que esperamos a cambio; a cambio de nuestra presencia, de nuestra entrega y de nuestro compromiso esperamos obtener el ciento por uno de lo que damos. Pero no es así, el ciento por uno no es lo que nosotros esperamos, sino el reconocimiento de la respuesta que Dios da. Reconocer la respuesta que Dios da quiere decir conocer, darse cuenta de cómo Dios está presente en la historia, es decir, de cómo el destino, el sentido, el significado, la razón de la vida, aquello por lo que estamos en el mundo, lo que nos ha dado la vida, aquello por lo que existimos, por lo que moriremos, está dentro de la vida.
Desde este punto de vista, es decisivo el énfasis sobre la razón, porque no es un conocimiento de personas sumisas, no es una alucinación, sino que es un conocimiento que se apoya en la razón, es decir, que reconoce la correspondencia del dato con la realidad y la afirma como valor para todos, universal, como signo del destino al que todos estamos llamados.
Cuando me invitan a dar cursos de reciclaje para profesores sobre la relación entre psicología y educación, repito la escuela de comunidad y me quedo impresionado de que nadie ponga ninguna objeción, porque es tan elementalmente verdadero, es tan verdadero lo que vivimos, que no se puede objetar nada, sólo preguntar. Y preguntan de todo.

Conocimiento e identificación
De aquí surge una reflexión incansable, un diálogo continuo. Las Quasi Tischreden son el testimonio que nos da don Giussani de este continuo deseo de conocer, profundizar, darse cuenta, con la conciencia de que el camino hacia el infinito está siempre empezando. ¡Esto es fantástico!, porque lo que fascina es el comienzo, es el descubrimiento de la novedad: si damos algo por descontado, ya no nos sirve para nada. A todo esto nos ha introducido la segunda lección de los Ejercicios de la Fraternidad: reconocer a Cristo como origen y posibilidad de experimentar el ciento por uno, reconoper la atracción de Cristo - L'attrattiva Gesù - para realizar nuestra vida, aceptando el desafío que plantea la sociedad moderna, la cual apoya su poder de convicción en la seducción. Porque el poder de convicción de la sociedad moderna se dirige al deseo y al instinto, es decir, a lo que lleva al hombre fuera de sí mismo, lo captura y lo hace suyo. Y don Giussani acepta este desafío: la fascinación de Jesús.
En Llevar la esperanza Giussani dice que la propuesta cristiana no es una diversión, no es un juego intelectual, sino algo necesario, una propuesta que se dirige al nivel esencial, «casi biológico, de la experiencia humana».
Porque las preguntas últimas de las que trata El Sentido Religioso (¿Quién soy yo? ¿Cómo acabaré? ¿De dónde vengo?) forman parte de la estructura de la naturaleza humana, de la tensión del hombre. Cristo responde a estas preguntas y deseos y es atractivo porque los cumple. Creo que nosotros estamos aquí por esto. No creo que estemos aquí por un deber, sino por una atracción: hemos visto algo que nos arrastra, que nos ha cautivado.
Desde este punto de vista, esta educación es diferente de todas las demás, que dan por descontado los principios y se preocupan solamente de que las personas sean coherentes con estos principios, llegando a tener, de esta forma, a los cincuenta años el mismo conocimiento de la fe, del cristianismo, que se tenía al hacer la Primera Comunión. La educación, en cambio, consiste en ahondar en el contenido de una propuesta, para que la libertad pueda moverse. En efecto, la libertad del hombre es insustituible y la relación del hombre con Dios es personal.

Ensimismamiento y atracción
Nosotros estamos aquí por esta atracción. Atracción que perdemos si creemos tenerla de una vez por todas. En primer lugar, dejamos de descubrir algo nuevo, no nos interesa ya comprender lo que decimos; después, nos hacemos soberbios y nos llenamos de definiciones que resultan intolerables (la definición del otro es enemiga de la amistad).
Por tanto, siguiendo a Giussani tenemos que volver incansablemente al origen, tender a conocer el origen de esta atracción, tender a conocer a Cristo y por tanto, tender a conocer nuestra historia - porque nosotros hemos conocido este origen a través de don Giussani -, mediante una identificación con él. El ensimismamiento con don Giussani no consiste en citar continuamente sus frases, sino vivir una experiencia y compararla con el contenido de la propuesta que él nos hace.
La escuela de comunidad es esto. Ésta es también nuestra tarea, la misión que se nos ha confiado: descubrir la atracción de Jesús y llenar el mundo de esta fascinación para que sea más verdadero, más justo y pacífico, gracias a la conciencia que un pequeño resto tiene de él y de la realidad. Y esto es dramático, es realmente dramático.