«Nuestra inconsistencia es sólo culpa nuestra»
El sacerdote español don Julián Carrón es uno de los 36 Padres sinodales invitados por el Papa al Sínodo sobre la nueva evangelización, junto a cardenales y obispos de todo el mundo. El domingo, el sucesor de don Luigi Giussani estuvo en Madrid, para inaugurar el curso de Comunión y Liberación en España, y respondió a preguntas como éstas: ¿qué significado tiene esta crisis? ¿Por qué permite el Señor las pruebas? ¿No podría ahorrarnos los sufrimientos? La credibilidad del cristianismo -advierte- depende de que pueda generar un sujeto «capaz de desafiar cualquier reto». ¿Un superhombre? No, un cristiano...
Una psicóloga que trabaja en un hospital se enfrenta a un caso difícil. Llega una mujer, Laura. Su marido y ella habían buscado durante años tener un hijo. «En febrero, llega ese embarazo, pero en marzo le diagnostican un tumor en los pulmones con metástasis en todo el cuerpo». Deciden continuar el embarazo, pese a los consejos en contra. Es una situación humana muy dura. El personal sanitario evita entrar en la habitación más allá de lo estrictamente imprescindible. La propia psicóloga reconoce en ella esa dificultad. Laura no entiende por qué, después de un milagro (el embarazo), ha recibido un castigo (el tumor). La psicóloga tampoco tiene respuesta: «Me doy cuenta de que mi imagen profesional habitual no resiste, no encuentra asideros, mientras se reabren en mí las mismas preguntas que tiene ella; el mismo grito».
Don Julián lee el contenido de esta carta, y explica: «Dios no hace nada por casualidad. Las circunstancias, sean buenas o malas, son modos a través de los cuales nos llama el Misterio». El reto es «convertir todo lo que nos sucede en instrumento y ocasión para nuestra maduración». Porque necesitamos ser desafiados, para hacernos verdaderamente conscientes de quién somos, y de que Él está presente, añade.
Nuestra única fuerza es Cristo
«La solución no es que nos quiten la oscuridad, o que nos ahorren ciertas circunstancias. El verdadero problema, como dice don Giussani, es salir de nuestra inmadurez. Nuestra inmadurez no es culpa de los demás, de las circunstancias. Los demás no tienen el poder de generar esta inmadurez en nosotros. Sólo ponen de manifiesto que somos inconsistentes... La cuestión, por tanto, no es perder el tiempo lamentándonos de las circunstancias, sino salir de la inmadurez; el Señor quiere hacernos salir de la inmadurez, generando un sujeto tan consistente que sea capaz de desafiar cualquier reto. Podría evitarnos estas circunstancias y dejarnos en la fragilidad personal, pero nos ama tanto que nos acompaña al afrontar las circunstancias, de modo que podamos llegar a ser aquel sujeto que todos deseamos, que podamos llegar a ser realmente nosotros mismos».
¿Pero dónde está esa fuerza capaz de permitirnos afrontar cualquier situación? En la autoconciencia, responde el responsable de Comunión y Liberación, que cita al fundador, Don Giussani. El primer punto de esa autoconciencia es «la consideración del hombre como criatura, como dependiente de Otro». Aborda este punto Benedicto XVI en su último mensaje al Meeting de Rimini, el gran encuentro anual que organiza cada verano el movimiento: «Hoy, esta palabra -criatura- parece casi pasada de moda: se prefiere pensar en el hombre como en un ser realizado en sí mismo y artífice absoluto del propio destino. La consideración del hombre como creatura resulta incómoda, porque implica una referencia esencial a algo diferente o mejor... Sin embargo, esta dependencia, de la cual el hombre moderno y contemporáneo trata de liberarse, no sólo no esconde o disminuye, sino que revela en modo luminoso la grandeza y la dignidad suprema del hombre, llamado a la vida para entrar en relación con la Vida misma, con Dios».
Resume don Julián Carrón: «Benedicto XVI nos recuerda que somos fruto de un acto de amor de Dios, y ningún error, ninguna distracción, ninguna circunstancia, ningún dolor puede eliminar el hecho de que yo existo, y el Misterio me está gritando: Tú eres un acto de amor mío. Yo te estoy haciendo ahora a mi imagen y semejanza». Y ahí es donde se encuentra «el fundamento verdadero del amor por uno mismo, este afecto que tantas veces vamos a mendigar de las migajas que caen de la mesa de algún poderoso. El afecto por uno mismo no puede estar motivado por lo que uno es, por lo que uno es capaz de hacer, sino por el hecho de que existe: es la sorpresa de uno mismo como don, la sorpresa por existir...» Por eso, lo primero es aprender a recibir. «¡Si lo primero que ha hecho Dios es amarte!»
La lección de san Pablo
Nadie como san Pablo, dice Carrón, ha sabido sintetizar el contenido de la autoconciencia del cristiano: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí». Todo lo que Pablo tenía como valioso, ahora lo considera como pérdida, e incluso basura en comparación con conocer a Cristo. «Pero lo que impresiona -señala Carrón- es que, a pesar de tener esta claridad sobre Cristo, a san Pablo no se le ahorró nada». Él mismo lo cuenta: «Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el mar. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez...»
«¿Y qué es lo que emerge cada vez con más potencia a través de todo lo que el Señor le hace pasar?», se pregunta Carrón: que llevamos un tesoro, que es Cristo, en vasijas de barro.. Con Él, sí podemos afrontarlo todo. «Atribulados en todo, pero no angustiados; perplejos, pero no desconcertados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Llevamos siempre en el cuerpo el morir de Cristo, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2Cor 4, 8-10).
El resultado de todo aquello que a san Pablo no se le ha ahorrado es sorprendente: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica, ¿quién condenará? ¿Será acaso Cristo que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?, ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos ha amado». Deja esta última frase Julián Carrón para la reflexión: «San Pablo no hubiera podido decir todo esto, si no es porque lo había tocado con las manos...»