Mensaje por la muerte de don Alberto Bertaccini

Julián Carrón

Queridos amigos,

¿Qué ha provocado en cada uno de nosotros la noticia de la muerte repentina de don Alberto? ¿La confusión o la acción de gracias al Señor por habérnoslo dado como testigo de la belleza de una vida aferrada por Cristo? La gratitud es el sentimiento que domina en mí cuando recuerdo nuestro último encuentro, hace poquísimos días, impresionado por la alegría de su rostro y por la humanidad de sus palabras.

Su sencillez para confiarse al designio de Dios dentro de la gran compañía del movimiento, que le había cambiado la vida desde joven, hizo que se convirtiera en padre de muchos en Forlì y más tarde en distintos países de Sudamérica, a donde le había llevado a lo largo de estos años la obediencia al carisma. Deseoso únicamente de servir a la obra de Otro con toda su vida, ni siquiera la enfermedad se lo impidió, más aún, hizo que estuviera todavía más pegado a lo esencial, humilde y seguro, habiendo verificado que Cristo presente es el Único capaz de satisfacer nuestra necesidad ilimitada y de sostener la vida.

Como dijo al partir nuevamente a Ecuador para la misión, después de haber vivido muchos años en Paraguay: «Quizá cuando uno parte por primera vez puede existir la idea de salvar a los hombres de ciertas opresiones, pero cuando se llega allí uno se da cuenta de que las contradicciones son enormes. La novedad no es salvar a las personas de las contradicciones, sino ayudarlas a ser capaces de afrontarlas. La esperanza es llevar a Cristo». Que es lo mismo que ha dicho recientemente el papa Francisco: «Es Él lo más precioso que estamos llamados a ofrecer a nuestra gente».

Pidamos a sus dos grandes amigos, don Giussani y don Ricci, que le acojan en el cielo para continuar sosteniendo de forma misteriosa pero real toda nuestra Fraternidad en el camino que debemos recorrer juntos hacia la santidad.

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