Me duele que no hayamos colaborado más
Querido Director:
La muerte del cardenal Martini me lleva a reflexionar sobre algunas palabras clave de su vida y de su relación con don Giussani y con el movimiento de Comunión y Liberación. El mío pretende ser un simple testimonio.
Ecumenismo. La capacidad del cardenal Martini para entrar en relación con todos atestigua su tensión a interceptar cualquier atisbo de verdad que se halla en toda persona con la que entramos en contacto. Quienes han encontrado a Cristo no pueden dejar de tener esta pasión ecuménica. Me ha llamado la atención cómo el cardenal respondía a quienes le preguntaban cuál era, en su opinión, el momento culminante de la vida de Jesús (las Bienaventuranzas o la Última Cena o la oración en el Huerto de los Olivos): «No. El momento culminante fue la Resurrección, cuando levantó la piedra del sepulcro y se apareció a María y a la Magdalena». Es esta certeza, que introduce la resurrección de Cristo, lo que abre de par en par la mirada del cristiano.
El antiguo término ekumene subraya que la mirada cristiana vibra con un ímpetu que la capacita para exaltar todo el bien que existe en todo lo que nos rodea, como recordaba don Giussani: «El ecumenismo no es entonces una tolerancia genérica, sino un amor a la verdad que se encuentra en cualquiera, aunque sea sólo un fragmento. Nada está excluido de esta mirada positiva. Si hay una milésima de verdad en una cosa, la afirmo». Sólo una tensión así puede generar una verdadera paz entre los hombres, ésta también una preocupación constante del cardenal Martini.
Caridad como el compartir las necesidades ajenas. El deseo de interceptar las necesidades de los hombres que el Arzobispo fue encontrando a lo largo de su vida es un tesoro que tenemos que guardar. La Iglesia nunca puede permanecer indiferente a las preguntas y a las necesidades de los hombres. Estas preguntas, que son también las nuestras, suponen un desafío para los creyentes, porque sólo así podemos darnos cuenta de si tenemos algo de nuestra experiencia que comunicar a quienes nos piden razón de nuestra esperanza. Esta es la ventaja del tiempo presente para los creyentes: no es suficiente la repetición formal de las verdades de la fe, como nos recuerda continuamente Benedicto XVI. Los hombres esperan de nosotros que le comuniquemos nuestra experiencia, no un discurso abstracto, aunque sea limpio y correcto. Como nos reclamó Pablo VI: nuestra época necesita testigos más que maestros. Sólo el testigo puede ser un maestro. Estoy seguro de que el cardenal Martini nos acompañará desde el Cielo en nuestro esfuerzo por compartir las necesidades de los hombres y en la búsqueda por encontrar caminos de respuesta que estén a la altura de sus interrogantes.
Por lo que se refiere a la relación con CL, don Giussani nos hablaba siempre de la paternidad del cardenal Martini, que abrazó y aceptó en la diócesis de Milán una realidad como CL. Siempre hubo un espacio para nosotros en su corazón de pastor. Recuerdo la gratitud de don Giussani cuando el Arzobispo le permitió abrir una capilla en uno de los locales de la sede central del movimiento, en Milán, de manera que allí pudiera estar siempre presente el Señor.
Y al igual que el arzobispo Montini – que al comienzo confesaba que no entendía el método de don Giussani pero veía sus frutos –, también el cardenal Martini nos animó a seguir adelante. Todavía me conmueven las palabras que dirigió a don Giussani en 1995 durante un encuentro de sacerdotes, cuando dio gracias «al Señor por haber dado a monseñor Giussani este don para expresar siempre de nuevo, continuamente, el núcleo del cristianismo. “Esto es, cada vez que hablas, tú retornas siempre a este núcleo que es la Encarnación, y - de mil formas distintas - lo vuelves a proponer”».
Por esto sentimos de verdad y nos duele no haber encontrado siempre la manera más adecuada de colaborar en su ardua misión, y el haber podido dar algún pretexto para interpretaciones equívocas de nuestra relación con él, empezando por mí mismo. Una relación que nunca ha faltado a la obediencia al Obispo a cualquier precio, como nos ha testimoniado siempre don Giussani.
Estoy seguro de que, junto a don Giussani, nos acompañará desde el Cielo para que nos convirtamos cada vez más en aquello por lo que el Espíritu ha suscitado un carisma como el de CL precisamente en la Iglesia ambrosiana. La muerte del cardenal Martini y la de don Giussani constituyen un reclamo para todos los que, con sensibilidades distintas, amamos a la Iglesia ambrosiana. Deseo de corazón que nunca nos cansemos de buscar esa colaboración que es indispensable - sobre todo hoy - para la misión de la Iglesia, tal como lo expresaba el cardenal en 1991: «No hay que buscar la “novedad” de la así llamada “nueva evangelización” en nuevas técnicas de anuncio, sino en primer lugar en el recobrado entusiasmo de sentirnos creyentes y en la confianza en la acción del Espíritu Santo», de manera que podamos «evangelizar por contagio… de persona a persona».