Lo que os deseo
FraternidadApuntes de las palabras conclusivas de don Giussani al acabar la asamblea el domingo 25 de abril
Querría expresar lo que os deseo. Después de todo lo que habéis escuchado puede que no lo entendáis; pero en cualquier caso os lo deseo, porque no sabría deciros nada mejor.
Os deseo que en la vida, habiendo encontrado una experiencia humana grande, que es una gracia de Dios - como nos dicen natural y espontáneamente en todos los lugares donde estamos -, habiendo recibido la gracia de este encuentro, madure en vosotros esa capacidad que el Espíritu ha sembrado - implícita o explícitamente, según la historia de cada uno -, esa capacidad que el Espíritu ha puesto en vosotros de testimoniar a Cristo, que es lo único que el mundo espera. Porque donde está Cristo, allí las relaciones son paz, unidad y paz. Inclusive entre los esposos (unidad y paz debe ser el binomio de la familia; pero es así para todos).
En cualquier caso, sea cual sea la forma de la vocación, os deseo que en este camino que es una gracia encontréis un padre. Os deseo que al hacerse cada vez más personal la gracia que el Señor os ha concedido, es decir, al obedecerla más, (porque también la personalización es una obediencia que se vive con inteligencia) encontréis un padre, viváis la experiencia del padre. Porque la primera pertenencia, fisiológica y socialmente hablando, y también ante nuestros ojos, es al padre. Dios se nos ha dado a través de nuestro padre y de nuestra madre.
Que cada uno de vosotros descubra verdaderamente la grandeza de esta tarea, que no es una tarea, sino la condición en la que el hombre mira, ve a Dios y Dios le confía lo que más le apremia. Padre y, por tanto, madre, porque es lo mismo; no son dos funciones espiritualmente diferentes; sólo se diferencian desde el punto de vista material, pues uno tiene una limitación y el otro, otra. Por eso he querido venir a saludaros: deseo que viváis la experiencia del padre. Padre y madre: se lo deseo a todos los responsables de vuestras comunidades, pero también a cada uno de vosotros, porque cada uno debe ser padre para los amigos que tiene, debe ser madre para la gente que tiene cerca; no dándose aires de superioridad, sino con una caridad efectiva. Nadie, en efecto, es tan afortunado y feliz como un hombre y una mujer que se sienten hechos por el Señor padre y madre. Padres y madres de todos aquellos con los que se encuentran. ¿Os acordáis - lo describe el segundo libro de la Escuela de comunidad - de cuando Jesús, andando por los caminos con sus Apóstoles cerca de un pueblo que se llamaba Naim, vio a una mujer que lloraba tras el féretro de su hijo muerto? Se acercó, pero no le dijo: «Resucito a tu hijo». Sino: «Mujer, no llores», ¡con una ternura, afirmando una ternura y un amor al ser humano inconfundibles! Y, después, le devolvió a su hijo vivo. Sin embargo, esto no es lo más grande, porque milagros hay muchos; pero esta caridad, ¡este amor al hombre propio de Cristo no tiene comparación con nada! Vámonos.