La gratitud de una ciudad entera
Cuando quiere, Milán sabe ser pueblo y señalar con grandeza sus sentimientos. Ayer lo hizo, despidiendo a don Giussani. Estuve en medio del gentío, en su mayoría joven pero no sólo. La palabra que recurría con más frecuencia en los comentarios y en los recuerdos era: «Gracias». Extraño y poco cultivado sentimiento hoy la gratitud, de rara aparición en los humores colectivos respecto a un hombre público. Y don Giussani era hombre público, lo fue siempre, también cuando eligió la sombra de una vida ascética, lo fue siempre aunque permaneciendo lejos de los reflectores, por la evidencia de su estatura y por la influencia de su palabra. (...) Giussani fue un genio y también la Milán más lejana a él se lo ha reconocido. Evitaría la palabra santo, aunque aquel sacerdote fue un hombre de Dios. El corte hagiográfico restringiría su moderna figura en una estampita que hoy no ayudaría a entender el dolor que la ciudad sufre por la noticia de su muerte. Los milaneses que no van a la iglesia, que no comparten las opciones de CL, ayer por la tarde han dado el adiós al fundador de Comunión y Liberación, un movimiento inmerso en la vida y en el tiempo, hecho de personas que conciben la fe como elemento esencial de la existencia. Al igual que Domingo e Ignacio, y en nuestros tiempos, Juan Bosco, Chiara Lubich, Escrivá de Balaguer, el nombre de Giussani tiene el destino cultural de todo fundador: también la gente que es totalmente ajena a su camino recordará con claridad la originalidad del carisma sobre el que estos realizadores fundamentan sus propuestas. Una parte de la ciudad de Milán que ha ido a despedir a don Giussani es contraria a la lectura política y moral que el movimiento ha llevado y lleva a cabo en nuestro tiempo. Pero siente que el fundador deja algo que es patrimonio de todos, la pureza evidente (y contagiosa) de su corazón.