In memoriam
Don Giussani ha muerto el mismo día en el que el calendario litúrgico celebra una fiesta que normalmente pasa desapercibida, pero que en realidad es de extraordinaria importancia. El 22 de febrero se celebra la Cátedra de San Pedro desde el siglo IV de la era cristiana. En la vida de un cristiano los hechos, también los aparentemente banales, nunca suceden por casualidad. Ni creo que se pueda hablar de simples coincidencias: una de las muchas lecciones que nos ha dejado don Giussani es la de saber mirar dentro de la realidad, la de vivir el hoy hasta el fondo dejando de lado las mistificaciones, en virtud de una fe encarnada, concreta y (posiblemente) vivida. Por lo tanto no es casual que Dios haya llamado consigo a don Giussani justo el día en el que festejamos la Cátedra de San Pedro. Por varios motivos. Primero, porque de cátedras y de enseñanza don Giussani algo sabía. En el fondo toda su vida ha sido una enseñanza, una lección: con el testimonio sobre todo, pero también con la palabra, los escritos, por no hablar de su actividad didáctica en el Berchet de Milán, donde todo comenzó. Hay además otro aspecto que debe ser subrayado pensando en esa singular “coincidencia”: la relación tan estrecha y fecunda con Pedro que Giussani tuvo en su vida. En el sentido de que el “acontecimiento” de CL, también con las numerosas pruebas y persecuciones dentro de la misma Iglesia, no habría sido posible sin esa virtud tan vilipendiada que se llama obediencia. Obediencia a la Iglesia y, por tanto, a Pedro. Incluso en las temporadas más difíciles y trabajosas, también frente a todos los que atacaban (y atacan todavía) CL desde dentro, don Giussani ha permanecido siempre fiel a esa Cátedra en la que Dios mismo puso la cabeza de su Iglesia, signo inequívoco de la “bondad” de todo carisma verdadero.