Esa pasión por la vida

Piccinini
Luigi Giussani

Mensaje de don Giussani para la misa celebrada en la catedral de San Petronio, Bolonia, con ocasión del primer aniversario de la muerte de nuestro amigo Enzo, gran cirujano y responsable del movimiento

Cuando mi pobre madre, viendo en el cielo la última estrella de la mañana, me decía de pequeño «¡Qué bello es el mundo y qué grande es Dios!», estaba en el umbral de la plenitud final, a las puertas del fin, donde todo se aclara ya como al alba. Precisamente hace un año Enzo franqueó ese umbral definitivamente, misteriosamente. Inesperadamente, pero no por eso desprevenido. Cada instante de su vida, de él, tan puro y entregado a Jesús desde el encuentro que había transformado incluso ciertos rasgos de su temperamento y exaltado otros, se había desplegado como un anticipo de la plenitud final, como cuando se camina en la niebla con fatiga y debilidad hasta el momento en que la misma niebla se tiñe de oro porque sale el sol. Amigos, no podemos decir o hacer nada sin acostumbramos personalmente y todos juntos a comprender este paso último que es un factor de la experiencia presente. También tenemos que dar las gracias a nuestro amigo Enzo por esto.
Su estatura humana, revestida de la humanidad de Jesús, había crecido comunicándose espontáneamente a cualquiera que se encontrara con él, con esa pasión por la vida que le caracterizaba y de la que no podíamos prescindir, pues cuando él no estaba nos faltaba algo. Quienes se acercaban a él, aunque fuera sólo por un momento - compañeros de trabajo o pacientes -, percibían de inmediato el impacto de una presencia humanamente excepcional, que despertaba esperanza y hacía surgir la pregunta de por qué era así. Lo recordó el cardenal Giacomo Biffi conmovido durante funeral, al llorar al «amigo de los días serenos y reposados, y de los días comprometidos y cargados de trabajo, de los días animados por el mismo ideal de dar testimonio de Cristo» y al exaltar el «patrimonio de humanidad extraordinaria, de riqueza espiritual, de entrega sin reservas, de proyectos y nobles propósitos» de Enzo.
Pidámosle a Enzo que nos ayude a caminar de luz en luz, como dice Eliot, aceptando todo por la gloria de Jesús, para que lleguemos a ser como él, compañeros hacia el destino los unos de los otros. Porque éste era el secreto de su paternidad, manifestada de forma evidente en su familia.
Nuestro grandísimo amigo nos recuerda que nada de lo que existe está hecho para ser destruido, porque Jesús está presente, Él, que es la hechura última de todas las cosas. En Él todo consiste, nos recuerda san Pablo.
Pidamos a la Virgen del Rosario el milagro de asemejarnos a la humanidad impetuosa y tierna de alguien que es nuestro amigo para siempre, de modo que la Iglesia pueda vivir en nuestros cuerpos frágiles gracias Al que es nuestra alegría.