El método de una Presencia

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Luigi Giussani

Publicamos la contribución de don Giussani en el Congreso Internacional que la Congregación para la Doctrina de la Fe y la Congregación del Clero organizaron con ocasión del décimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. Vaticano, 8 – 11 de octubre de 2002. Un amplio extracto del texto se publicó en la primera página de Il Giornale del pasado 24 de diciembre

I - «Ego sum via, veritas et vita. Las palabras de (de la) vida, las palabras vivas no se pueden conservar sino vivas,/ alimentadas vivas,/ alimentadas, llevadas, caldeadas, calientes en un corazón vivo./ Imposible conservarlas enmohecidas en pequeñas cajas de madera o de cartón./ Así como Jesús ha tomado, se ha visto obligado a tomar cuerpo, a revestir la carne/ para pronunciar estas palabras (carnales) y para hacerlas entender,/ para poderlas pronunciar,/ así nosotros, igualmente nosotros, a imitación de Jesús,/ así nosotros, que somos carne, debemos aprovecharnos,/ aprovechar el hecho de que somos carnales para conservarlas, para calentarlas, para alimentarlas en nosotros vivas y carnales».
El genio poético de Péguy nos ofrece una perspectiva para acercarnos a la relación que se establece entre catecismo - entendido como libro de la fe - y catequesis - entendida como acción eclesial global de educación en la fe -.
1. Es decisivo al respecto el parangón con el nacimiento y la difusión del Evangelio, que nunca ha sido la mera proclamación de un contenido doctrinal, sino la propuesta de una experiencia de vida dentro de una comunidad humana, la cual ciertamente albergaba y custodiaba con fidelidad todo el contenido revelado, guiada por la autoridad de los Apóstoles. La feliz fórmula conciliar gestis verbisque intrinsece inter se connexis (Dei Verbum n.2: [“con hechos y palabras intrínsecamente ligados entre sí”, ndr]) se ha convertido en una referencia obligada para analizar las modalidades de transmisión de la revelación divina.
Siguiendo la Dei Verbum es preciso reconocer todo el valor del planteamiento metodológico del Directorio General para la Catequesis cuando sostiene que «los discípulos tuvieron experiencia directa de los rasgos fundamentales de la pedagogía de Jesús, relatándolos luego en los Evangelios» (n. 140). A partir del encuentro con Jesús se desarrolla «un determinado camino educativo... [que] por un lado ayuda a la persona a abrirse a la dimensión religiosa de la vida y, por otro, le propone el Evangelio de manera que penetre y transforme los procesos de la inteligencia, la conciencia, la libertad y la acción, para hacer de la existencia un don de sí según el ejemplo de Jesucristo» (n. 147). Se rechaza, por consiguiente, toda clase de «contraposición o separación artificial o presunta neutralidad entre método y contenido... el método está al servicio de la revelación y de la conversión» (n. 149).
Casi a modo de comentario de este Directorio, podemos afirmar que la Iglesia no es tanto la Verdad cuanto el método a través del cual Dios dona la Verdad al mundo y que, en este sentido, la Iglesia es la continuación en la historia de la Persona de Cristo. Así pues, el problema que siempre se le vuelve a plantear a la Iglesia será el de vivir el método que Cristo ha empleado. Este método no se expresa ya a través de la búsqueda de sentido propia de la religiosidad natural, sino en el encuentro con un hombre, Jesucristo, que ofrece a las aspiraciones religiosas del hombre la posibilidad de realizarse por completo. Desde el día de la encarnación de Jesús de Nazaret, la metodología religiosa se ha invertido totalmente: si antes era una búsqueda confiada a la genialidad y a la iniciativa del hombre, ahora es ante todo una cuestión de obediencia a un Hecho históricamente perceptible. Hace diez años, presentando el texto del nuevo Catecismo, el cardenal Joseph Ratzinger afirmó que «San Pablo nos dice que la fe es una obediencia de corazón a la forma de enseñanza a la que hemos sido confiados». Por lo cual, en la inevitable búsqueda humana del sentido exhaustivo de todo, el encuentro con Cristo no puede verse reducido al resultado de un estudio o de nuestra interpretación, sino que se presenta como evidencia de nuestra experiencia; el encuentro no es una construcción intelectual, no es una teoría, sino que es un hecho ineludible.
Por esta razón hemos acogido con gratitud conmovida y con un sentimiento de gran responsabilidad las palabras que el Santo Padre nos ha dirigido con ocasión del XX aniversario del reconocimiento pontificio de nuestra Fraternidad: «El hombre jamás deja de buscar (...). La única respuesta que puede saciarle apaciguando su búsqueda le viene del encuentro con Aquel que es la fuente de su ser y de su obrar. El movimiento, por tanto, ha querido y quiere indicar no ya un camino sino el camino para llegar a la solución de este drama existencial. El camino (...) es Cristo. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, que alcanza a la persona en su existencia cotidiana. El descubrimiento de este camino sucede normalmente gracias a la mediación de otros seres humanos. Marcados por el don de la fe, a raíz del encuentro con el Redentor, los creyentes están llamados a ser un eco del acontecimiento de Cristo, a convertirse ellos mismos en “acontecimiento”. El cristianismo, antes que un conjunto de doctrinas o de reglas para la salvación, es, pues, el “acontecimiento” de un encuentro».
2. Ante el hecho de que el acontecimiento del Evangelio de Jesucristo se presenta por lo que es en sí mismo - tal como la Iglesia lo presenta, en especial en la liturgia y en las demás manifestaciones de su vida -, la indicación educativa en la que se traduce la obediencia es la de seguir. Para comprender el anuncio del Evangelio es preciso seguir la realidad humana de Jesús, según la invitación persuasiva que Él mismo dirige a sus discípulos desde el comienzo de su vida pública: «“¡Sígueme!”. Él, levantándose, le siguió» hasta el final: «¡Tú, sígueme!». De hecho, en la dinámica evangélica, la comprensión se produce sólo cuando el reconocimiento llega hasta la adhesión, al amor a la Presencia encontrada. Así lo ha puesto de relieve el Catecismo cuando afirma que «toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza estriba en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo se debe siempre manifestar el Amor de nuestro Señor a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro término que el Amor» (n. 25). Éste es el método seguido por todos los grandes evangelizadores y educadores en la fe.
3. La transmisión de la fe en cuanto fenómeno educativo se puede estructurar según los siguientes factores:
a) En primer lugar, una proposición adecuada del pasado, porque sin una adecuada presentación del pasado, se priva al presente de un contexto y se le aparta de la riqueza de la realidad. La gran palabra que expresa el testimonio del pasado es la palabra tradición;
b) esta tradición, sin embargo, permanecería ignota si no fuera comunicada dentro de un presente vivido, dentro de una realidad que la haga presente y que la viva subrayando su correspondencia con las exigencias últimas del corazón: exigencias de belleza, de verdad, de bondad, de justicia, de felicidad;
c) pero se debe subrayar un tercer factor: no se entendería el llamamiento a la propuesta adecuada del pasado y ni siquiera la exigencia de una vivencia que lo haga presente sin la preocupación de que todo ello se oriente a una educación en la capacidad crítica. Nosotros hemos insistido siempre en una educación crítica, que ponga a la persona en condiciones de comparar la propuesta cristiana con su propio corazón y pueda decir: «Es verdad», «no es verdad». Obrando así, con la ayuda de una compañía guiada, el hombre adquiere con el tiempo su fisonomía adulta (...).
Podemos ilustrar este itinerario educativo integral para la persona señalando algunas directrices pedagógicas: la primera, la necesidad de afrontar seriamente y vivir conscientemente la propia humanidad; en segundo lugar, la toma de conciencia del hecho de que nuestra humanidad por sí sola es incapaz de hallar las respuestas exhaustivas y que, por tanto, debe vivir todo a partir del sentido de su dependencia de algo que va más allá de nosotros mismos; por último, es necesario comprometerse a actuar conforme a la hipótesis cristiana en todas las circunstancias, de modo que pueda darse la verificación personal del encuentro que hemos tenido. Cuanto más libre es la experiencia personal, más incisiva resulta, pudiendo así llegar a conformar una mentalidad estable, esto es, a obrar una eficaz transformación de la razón y la libertad de la persona hasta llegar al ofrecimiento de sí, en el que todo el yo se sintetiza ante el Tú.
II - Dentro del proceso de transmisión de la fe, el Catecismo de la Iglesia Católica ha asumido en los últimos diez años un lugar privilegiado.
1. El Catecismo es un libro de la fe, que pone a disposición de cualquiera de forma sencilla una presentación sintética y clara de la doctrina católica y ofrece una respuesta a las preguntas que pueden surgir en muchos cristianos respecto al contenido revelado. Así pues, resulta evidente la utilidad de tal instrumento para la claridad de quien quiere ser fiel a la Iglesia. Por una parte, actúa como garantía ante el peligro siempre latente de interpretaciones particulares de los individuos y, por otra, supone una garantía también para la libertad catequética en la Iglesia frente a eventuales imposiciones de planteamientos no acordes con el Magisterio.
Según la pedagogía divina recogida en el Directorio, el libro de la fe debe ser presentado siempre por un testigo y acompañado de una experiencia, para poder captar la coincidencia entre contenido y método propia de la revelación cristiana. Parafraseando a Emmanuel Mounier, este camino de fe, a menudo iniciado en la relación con la madre, que introduce a Jesús de forma elemental, debe recorrerse con paciencia a través de etapas cuyos tiempos no se pueden establecer de antemano, llenas de alegría por la seguridad de la meta: «De la tierra, de la solidez, es de donde brota el parto lleno de alegría (...) y el paciente sentimiento de una obra que crece, de etapas que se suceden y que han de esperarse con calma, con seguridad». «Es necesario sufrir para que la verdad no se cristalice en doctrina, sino que nazca continuamente de la carne». Así, a través de la carne del testigo, las verdades del catecismo no se convierten en doctrina cristalizada sino en el eco de un acontecimiento viviente, de un encuentro totalizador que posibilita que el Misterio de Cristo permanezca en la historia e incida en ella.
A quien permanece fiel a los sacramentos y al dogma - también a través de un uso inteligente y afectuoso del Catecismo custodiado por la memoria - un encuentro personal, que sucede según tiempos y modalidades que sólo el Señor conoce, puede facilitarle el reconocimiento de esa Realidad viviente que los dogmas expresan.
2. Respecto a los contenidos doctrinales del Catecismo, es oportuno recordar lo que los comentaristas autorizados ya subrayaron en el momento de su publicación. La misma estructura del texto muestra la primacía del acontecimiento de la gracia de Cristo, como libre iniciativa divina de la cual se deriva toda la vida moral del cristiano, que aparece entonces como libre respuesta al don de la gracia. Dado que la única finalidad de la vida del hombre es conocer al Padre, el único Dios verdadero, y a Aquel a quien Él ha enviado, Jesucristo, el Catecismo privilegia un camino de introducción a la comunión viva con Él, como verdadero núcleo de la fe y como inicio de toda la vida cristiana.
Hoy, en este mundo herido por tantas miserias, resulta enormemente eficaz en la propuesta de la fe al pueblo de Dios la proclamación de la inconcebible misericordia del Padre, que se refleja en el rostro del Hijo y que Su Espíritu nos comunica personalmente. Igual que Jesús se conmueve ante su amigo Lázaro y la viuda de Naín, a la que dice: «¡No llores!», antes aún de resucitar a su hijo, el Señor se ha inclinado sobre nosotros cuando todavía éramos pecadores y nos ha llamado amigos, amándonos hasta el final con una sobreabundancia de vida y de perdón que ha dado comienzo a nuestra felicidad en esta tierra y nos ha abierto para siempre el camino hacia las puertas del Paraíso.