Cada cosa: Misterio y signo

Palabra entre nosotros
Luigi Giussani

Apuntes de una conversación de Luigi Giussani
con un grupo de novicios de los Memores Domini
Milán, 11 de abril de 1999


1. La vida es relación con el destino, relación con la realidad, relación con el Misterio: en definitiva, relación con Dios. La vida es relación con Dios en el sentido literal del término. Como mi voz es expresión de mis cuerdas vocales - aunque poco agraciada, y ahora no demasiado eficaz, yo la uso igualmente y son ellas las que me permiten hablar -, así la vida es relación con Dios, es decir, con el Infinito, relación con "algo" que no se puede saber cómo es. Que es, no existe razón que lo pueda objetar; de lo que es, sería imposible hablar - esto se ve en la historia de las religiones, todas las religiones son intentos del hombre para interpretarlo -. No estoy hablando por un interés científico, sino porque me importa la vida.
¿Estáis convencidos de ello? ¡No! No, ¡porque no se puede vivir así, como vivimos nosotros, si la vida es relación con el Misterio, relación con Dios! La palabra más adecuada es la palabra Misterio, porque Misterio indica Dios, Destino, e implica la incognoscibilidad de Dios, a no ser que Dios mismo tome iniciativa, comprendiendo la poquedad que somos (como decía hace tres semanas una hermosísima oración de la Santa Iglesia: "Oh Señor, mira a tu pueblo extenuado por su debilidad mortal"1. ¡Pero chicos!, ¿dónde encontráis una definición de lo que sois, de lo que somos, de lo que seremos, más verdadera? ¡No hay otro lugar donde se pueda decir esta expresión como súplica a Dios en favor de todo el pueblo. Porque se comprende que la compasión nace de ahí, es como si Dios no pudiera no tener compasión; hablando al hombre no puede más que manifestar su compasión).
Nuestra vida es relación con Dios. Cualquier criatura, ¿qué es? Una piedra, ¿qué es? Una barra, ¿qué es? Una flor, ¿qué es? ¡Es relación con el Infinito! No somos iguales, pero vamos en el mismo tren, estamos en el mismo flujo. Todo es relación con Dios. Si somos relación con Dios, y para nosotros la relación con Dios es conciencia de la relación con el Misterio - la flor no tiene sentido del Misterio, tampoco el buey ni una oca -, nuestra vida debería estar definida por ello.
Sin embargo, hay quienes pretenden definir su vida de otro modo (de forma distinta según los diversos momentos, porque en primavera las cosas son de una manera y en verano de otra; a los veinte años se piensa de una forma y con veinticinco de otra).
Estamos extenuados - ¡pobrecillos! -, somos tan frágiles, tan débiles que el "no hacer nada" puede ser lo que defina nuestra vida, es decir, no estar demasiado ajetreados por el trabajo, trabajar poco o tener un trabajo poco cansado, que no nos agote y que se pueda aguantar fácilmente. Pero, la relación con lo que estamos haciendo, el trabajo que estamos haciendo, el objeto de nuestro trabajo, es relación con Dios. Lo que tenemos entre manos, hasta la escarpia que clavamos, es relación con Dios, no existiría si no fuera relación con el Ser.
Muchos de nosostros pueden quedarse anclados en la satisfación de su relación con el hombre o la mujer, de la relación con los demás. Pero esta relación es secundaria con respecto a la relación con Dios, está vinculada a la relación que tenemos con Dios. Es decir, también la gobierna Dios, y por eso no puedes tratar cosas y personas como tú quieres. Debes tener siempre la preocupación de no ir contra el designio del Misterio.
Así, en la vida de la sociedad, te desentiendes porque no tienes ningún interés "explosivo" que defender. Sin embargo, en la sociedad la justicia es algo fundamental para el orden de la convivencia y, por tanto, interesarse por la justicia es interesante para el hombre que sea bien consciente de lo que hace (de forma especial cuando, como en Italia, tiene lugar una disolución de la justicia, por la cual lo que debería ser su objeto inmediato se degrada, y en lugar de aportar orden e impedir que se incurra en un desorden, se subordina a un proyecto del poder).
Por eso hemos reflexionado sobre estas tres categorías2, abordado estos tres temas durante el curso. Cada una está en relación con las otras (pedid a los amigos más grandes que os ayuden a entenderlas).

2. Pero ahora quiero abordar la clave de la vida, de nuestra vida. ¡Que es una cuestión suficientemente grave! No sería grave si no fuéramos responsables, si no sintiéramos la responsabilidad, el principio de responsabilidad que es la respuesta al Ser que se nos da. La respuesta al Ser que se nos da es el objeto de nuestra responsabilidad; y la responsabilidad es, en primer lugar, reconocer Aquello de lo que provenimos; y es necesario quedarse allí para escuchar y mirar cómo exige que nos comportemos en una u otra ocasión.
La vida para todas las criaturas de Dios, para todo lo que Dios ha creado, (la vida es una trama de relaciones con todo lo que Dios ha creado; con Dios y con todo lo que ha creado), no se puede explicar por la ciencia, ni por el poder que proporciona el dinero, es decir, por la política (porque la política hoy se identifica claramente con el reino del Dinero, del que habla Jesús3, es decir, con tener dinero: algo bastante pobretón si lo pensamos, pero cargado de consecuencias. Por ejemplo, la libertad para ti puede ser mayor que la de otro que no tiene dinero que ofrecer a los jueces).
Estos son los problemas que hemos tocado en los últimos meses. Resumiendo, quiero decir que lo más importante de todo lo que hemos reflexionado es la vida: la vida, esta palabra sin otro contexto.
Pero hay algo que me permite identificar el núcleo. Decía que no es cuestión de ciencia, ni de política, ni tampoco de la posesión de las cosas o las personas tal como uno quisiera (no es la posesión de nada. Por esto el poder del Dinero y Dios no pueden ir juntos, como apuntaba Jesús: ya que con el Dinero se hace todo lo demás, se hace política y se vive como "hombre de mundo"). ¿Qué quiero subrayar precisando esto? Que la relación entre el yo y Dios es una relación "múltiple", indefinidamente múltiple (ya que es también la relación con cada objeto de la creación, cada aspecto de la creación que no se "elimine", que se tome en consideración), pero, ante todo y en primer lugar, ¡la relación con Dios es la relación entre una persona y otra persona! Entonces el problema no es científico, ni de posesión, ni de la justicia de Tangentópolis; el problema es que la relación con Dios es la relación entre dos personas, porque Dios es una persona a la que debemos decir "Tú"; y que, como hace todo, nos interesa, y como juzga todo, nos interesa (querríamos que nos interesara menos, ¡pero está!).
Y entre dos personas, ¿dónde estriba el problema? ¿Con qué palabras se puede definir la relación entre dos personas como tales, un tú y un yo? ¿Cómo se puede definir? Afectivo; es el problema afectivo. El problema afectivo supera de golpe y porrazo a la ciencia, la economía, la política y todo el resto. El problema afectivo vale también para la política y para todo lo demás en cuanto que Dios tiene una idea propia sobre las cosas: hizo al hombre de una determinada manera. ¿Me he explicado? La relación que Dios tiene con todo es una relación que implica a Dios igual que hizo con la creación: creó las cosas como Él quería. Las cosas son hechas, nosotros mismos estamos hechos por Él en el principio mismo de nuestro camino, y por tanto no podemos contemplar un paisaje y decir "¡Qué bonito!" sin reparar en la existencia de Dios; de otro modo la mirada sobre ese valle espléndido estaría borrosa, truncada, sería una mirada opaca.
El problema afectivo tiene un vértice en la experiencia humana, en el cual la relación con el Ser, con el Misterio, pasa a ser lo menos pensado, sentido, lo que menos se imagina o se detalla y, en cambio, en primer plano se presentan los instintos, los sentimientos, los temperamentos.
Por tanto, para conocer una criatura como Dios la ha querido, como Dios la ha creado (porque no somos nosotros los que decidimos cómo debe ser, pero podemos llegar a decir cómo debe ser, interpretando, "leyendo" lo que Dios ha inscrito en su estructura, ha plasmado en su fisiología, si es un animal o un hombre) y para afrontar todos los temas ya tratados, como el trabajo o el empeño ideal que exige tiempo, hace falta tomar conciencia de lo que ha hecho Dios. Todo lo que hemos tratado hasta ahora se centra en esta cuestión: nosotros no establecemos ninguna relación, no podemos tener ninguna relación si no es dentro, si no está conscientemente dentro del designio de Dios, en el corazón de Dios, en la voluntad de Dios, porque vimos el año pasado con toda la Fraternidad que "Dios es todo en todo"4. ¡Y es evidente que somos responsables! Porque si Dios nos ha hecho el don de ese objeto o de esta persona, no podemos inclinarnos a hacer con ella lo que nos parece, a tratarla según el placer o el instinto; igual que, si trabajas en un banco, no puedes llevarte todo un fajo de billetes...¡sin avisar!
De todos modos, ¡lo que he apuntado hasta ahora no vale nada para la inmensa mayoría de la gente! ¡No es nada! Para vosotros, por ejemplo; ¡para nosotros! También nosotros vivimos en esta infame distracción; no, en este olvido. Porque levantarse por la mañana y acordarse de que toda la jornada es de Otro, y aceptarlo y ofrecerlo, ésta es libertad. La libertad es esto: la adhesión al Ser, el reconocimiento de que Dios es todo en todo.
Si no sufrimos demasiado por ello, es porque no nos movemos excepto cuando nos pinchan, o no nos moveríamos nunca porque viviríamos siempre en el olvido. Seríamos desmemoriados siempre. Por el contrario, uno es un hombre, empieza a ser hombre, cuando toma conciencia de dicha responsabilidad. Esta responsabilidad es la que da voz a la palabra "vocación", a lo que significa decir: "¿Qué quieres de mí, Señor?".
En el Grupo Adulto, lo podéis comprobar ampliamente también vosotros, no hay nadie que niegue a Dios (¡porque en este caso le echaríamos enseguida!); en cambio, estamos atontados (hay gente atontada, como invadida por el sueño) o somos superficiales (porque el ánimo no está sacudido por el pensamiento sobre el sentido de la vida y de que todo lo que te sucede es una invitación a tu relación con el Misterio).
En fin, lo primero que quería decir - pensando en vosotros, los del Grupo Adulto, siempre he repetido esto, para daros una indicación concreta - es: debéis tener iniciativa, debéis tomar la iniciativa para que vuestra vida sea relación con Dios. Sin embargo, estamos atontados o somos superficiales, porque ignoramos esta cuestión; con estar allí, en casa, ya tenemos suficiente, tenemos la conciencia tranquila. ¡Conciencia tranquila, un cuerno! Si la casa no se convierte en el inicio de vuestra jornada, en un estímulo para vivir la jornada, no os quedará ninguna otra posibilidad o relación que os centre en el hecho de que la vida del hombre es relación con el Misterio. Se oye decir que el problema es ése sólo cuando pasa algo excepcional, cuando nos sucede algo extraordinario.
Entonces, en lugar de "Dios", utilizamos la palabra "vocación". Nosotros vivimos los días sin tomar conciencia de nuevo y renovar la conciencia de nuestra vocación. Ésta ya es una palabra que los demás no comprenden; porque un camionero que vaya de Viena a Milán todas las semanas no piensa, probablemente no piensa... Puede que piense más que nosotros en estas cosas si ha recibido de sus padres una educación cristiana. Ahora el mundo entero ha tirado en una fosa miserable todo lo que los hombres habían recibido de quienes les precedían. Por eso nuestros problemas son angostos, no son totalizantes, son puntuales (tienen que ver con la relación que tienes con esa mujer o con ese hombre, y después no tienen que ver con nada más).
Os ruego que hagáis el esfuerzo de rezar al Espíritu y a la Virgen - Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam - para que podáis entender (más allá de las palabras que estoy diciendo) el nexo que hay entre Dios (el Misterio) y nuestra vida: ¡el problema de los problemas es éste!

3. Pero el individuo del Grupo Adulto, que tiene - pongamos - una inclinación irresistible hacia una "niña" del Grupo Adulto, sólo alcanza a decir: "Esta chica es un signo que Dios me da para hacerme entender quién es Jesús para mí" (¡porque es fácil que en ese caso Jesús entre en juego!). Al decir esta frase ante un problema afectivo típico (porque problema afectivo es también - repito - levantarse por la mañana y estando en la montaña, mirar afuera y respirar; o estando en Liguria caminar por la mañana temprano con todo el mar por delante) no queda explícita la fuerza de nuestra posición (no me río de esa frase; se la he repetido a muchos, porque: "Si te ha sucedido esto, es el Señor el que te hace entender cómo Él te quiere, cómo Él te siente; porque si esta chica es un signo de Jesús, te dice lo que Jesús es y cómo siente").
El problema que nace en este caso y que tiende a una solución que no es en absoluto siempre igual, suscita en el alma del ángel custodio la espera de que el niño o la niña a quien protege comprenda qué quiere decir con respecto a la vida entera la frase que nosotros hemos dicho tantas veces en estos últimos tiempos: "Misterio y signo coinciden". Aquí está la respuesta al gran problema, que se refleja de forma aguda en una relación afectiva, pero que debería invadir todas las relaciones, impregnarlas del calor que el Creador tiene con sus criaturas, y de modo especial con el hombre.
He dicho que (cuando nuestra figura de sacerdote es positiva, cuando espera positivamente, cuando parte de lo positivo) oímos decir: "Éste es un signo que Dios me da para hacerme entender quién es Jesús para mí". Pero cuando sucede que uno se enamora de una chica que ve en el Retiro del Grupo Adulto (sucede de todo ¿no?), ¿en qué sentido puede ser algo equívoco? No queda todavía indicado en esta frase, "Éste es un signo que Dios me da para hacerme entender quién es Jesús para mí", cuál es el problema. (¡esta frase debe implicar la respuesta a la pregunta: "¿Qué es para ti Jesús?"! ¡Y en esta respuesta incluyes también lo que se te indica para la solución a tu problema!).
Se llega al fondo - ésta es la fuerza de nuestra observación de las cosas (la razón es aceptar la realidad según la totalidad, es una actividad con la realidad según la totalidad de sus factores) - cuando decimos: "Misterio y signo coinciden", y esto vale para cualquier relación en la que se reconozca el objeto. Si "Misterio y signo coinciden", el amigo que se ha enamorado imprudentemente (imprudentemente porque no tiene ninguna consecuencia: ¡ella no quiere!), no puede decir solamente: "Esta chica es un signo que el Señor me ha mandado", y el confesor decirle: "Está bien, es un signo que el Señor te ha mandado"; sino que debe ser conducido a cómo actúa, a cómo se considera. Por ello, otro punto que debemos retomar continuamente es "qué quiere decir para nosotros que Misterio y signo coinciden" (he puesto el ejemplo del chico que se enamora porque ¡el vértice del problema afectivo es ése! Sigamos con atención este fenómeno que todos hemos probado y probamos).
"Signo y Misterio coinciden". Si fuera verdad, ¡todo estaría resuelto! En cambio: es verdad, ¡pero no está resuelto todo! Porque uno u otro de estos dos factores se reduce, cuando no se elimina. Como decía una de vosotros: "Me lo ha sugerido tu comentario sobre Leopardi en Si può (veramente?!) vivere così?: a menudo parece que concebir las cosas como signo es, en conjunto, una desventaja para lo concreto. Mientras que esta condición no la dicta la vocación [aunque si la dictara la vocación, sería lo mismo: valdría el mismo razonamiento], sino la naturaleza del corazón [el problema surge de la naturaleza del corazón]". Después dice: "El hombre debe aceptar la ley ética implicada en su naturaleza [traducida en vocación, porque la naturaleza se vive en la vocación]. Sin embargo, nuestra naturaleza está herida". "Herida": es decir, el proceso disminuye la fuerza de la identificación Misterio-signo (donde estaría la solución de todos nuestros problemas afectivos); y que se reduzca la fuerza del signo en su objetividad o que se reniegue de un aspecto del Ideal (del Misterio), es triste. Es como pasearse con el pecho sangrando; pero, sobre todo, es mirarse al espejo con el corazón sangrante: ¡uno se asusta y no sabe qué hacer!
Ahora quiero señalar los dos errores "atroces" que podemos cometer. Ante un problema afectivo - el problema político, el problema económico, todos los problemas se deben reconducir al problema afectivo, porque el aspecto último de cualquier problema es la relación que el hombre tiene con Dios al afrontar los factores de ese determinado problema - que se plantea como una alternativa, es decir, cuando la coincidencia del Misterio con el signo no se percibe, se dan dos casos: o se elimina al Señor, o se elimina al otro.

A. Se elimina a Jesús cuando se le reduce a cómo lo concibe el individuo que está enjaulado en una situación que le sugestiona. Uno elimina a Jesús cuando tiene un apego a otro, está apegado a algo de una forma que Jesús prohibiría, prohibe. Entonces el problema se resuelve eliminando al Señor.
Pero tú escoges a Jesús más bien que a la alternativa (¡cuántos hay entre nosotros con este problema que serpentea en el corazón, y que en un momento dado puede estallar y destruir el resto!). Tú eliges a Jesús, pero, si se pudiese analizar tu elección al microscopio, se encontraría que no hay verdaderamente amor a Jesús. Uno puede decir: "En esta situación yo corto por lo sano, lo dejo, no lo pienso más". En este caso, ¿es verdadero amor a Jesús? ¿No es quizás un sentarse, no puede ser un acomodarse a la situación "social" en la que se vive (social, quiero decir, el Grupo Adulto) sin decidir, sin decidir de verdad dedicarse a Cristo? En este caso, el problema afectivo puede convertirse en una multitud de nubes que detienen el esfuerzo de ver, el intento de pedir a Dios que nos haga fuertes.
Es esto - como decía al principio - lo que genera una situación de olvido (¿pero sabéis que se puede estar en el Grupo Adulto durante ocho años sin darse cuenta del problema, sin ni siquiera reparar en ello? No se piensa porque se tiene ya la solución: uno va ahí y ahí está; después no tiene ganas de algo distinto, no lo piensa siquiera, porque, por ejemplo, ¡se interesa solamente por el griego! Un olvido. Podéis estar tantos años juntos arrodillados en la iglesia en Misa sin que eso realice un cambio en vuestra relación. Ir juntos a la Iglesia y no cambia nada en vuestra relación: lo que quiere decir que Jesús no está presente como presencia influyente, que debe aclararse o debe aclarar nuestra situación, debe cambiarnos), o genera una situación de aturdimiento (en cambio, en el problema afectivo siempre hay una opción: por Dios - y por tanto por la criatura como signo - o por la criatura, aunque esto tome distintas formas).
De todas formas, por bobo o por distraído, - porque caminas "sin pena ni gloria"-, se puede caminar con otros sin que salte una chispa entre la inspiración cristiana y tu realidad humana, sin que el encuentro con lo cotidiano encienda esta chispa, una chispa que urja a una mayor claridad y a una mayor entrega. Y así uno puede estar en una casa o en el Grupo Adulto sin tomar iniciativa alguna: uno está ahí porque es justo (sigue con cierta piedad porque se debe o porque lo exige la forma). La verdad fundamental del amor a Cristo se desvanece, se enrarece en nosotros, se degrada y llega ser algo tan postizo como la comodidad, el no querer tener problemas, el vivir sin preocupaciones. Se puede seguir rezando Laudes, Vísperas o Completas con los demás; incluso se puede sentir cierto encanto cuando cantamos juntos (lo cual pasa rarísimas veces, pero puede pasar); pero tú ¿qué tienes que ver con tu problema? ¡Ni siquiera lo tienes! Comportarte así es como decapitarte a ti mismo (dejas de vivir como un hombre, vives como un animal, diría la Biblia).
Cuando falta iniciativa se elimina al Señor, Jesús se queda oculto tras las nubes: quien le sigue, quien está con nosotros para seguirle, no "decide" seguirle. En este caso aparecen consecuencias tristes. Porque si uno asume una actitud por la cual el afecto por una chica no le turbe su vida tranquila, no le altere su tranquilo vaivén, entonces ¿qué hace? Se mantiene en suspenso: no cambia su relación, procura no hacer nada que exteriormente le incomode y luego - ya que en las cuestiones afectivas es más fácil - cae. ¡Pero es así en todas las relaciones que el hombre establece con el mundo! Porque en todas las relaciones del hombre con Dios, en cualquier cosa que haga, el hombre decae.
Si no se toma iniciativa - cómo decir - previa y coincidente, hay una decadencia, una decadencia por la cual uno está bien porque no se decanta hacia ningún lado, no elige, no hay riesgo. No se sacrifica nada por alguien Presente que nos lo pide. ¡No sacrificamos nada por algo Presente - con la P mayúscula - que nos lo pide! Es tan terrible esto que ahora a mí me sofoca ver caras en las casas del Grupo Adulto que dicen que es así, que existe esto... No es "extravío", porque se os reclama incluso demasiado (¿puede ser extravío? ¡No!).
Entonces, en este caso, se produce un equívoco sintomático: cuando uno tiene una tentación, porque se insinúa algo en contra de la forma de su vocación, se abandona a la situación como un memo, y bobamente goza de pensamientos y sentimientos (de lo que siente, en definitiva) y no hace nada, no reacciona frente al peligro, no toma medidas. Y el resultado es amargo y árido.
En este sentido el sacrificio es inherente a la solución de los problemas afectivos (ahora digo esta palabra "problema afectivo", pero eso indica el comportamiento que tenemos con todos los demás problemas).
Puede ser que mucha gente esté bien así: teniendo dentro este problema, echa un vistazo a su entorno, mira más a su alrededor, ve la televisión... Ante la actitud de quien no quiere comprometerse (de quien no sabe qué hacer, pero no hace nada malo), entre él y la compañera con la que ha nacido el problema, puede establecerse una lejanía tan grande que es como si el otro desapareciera en el desierto. Sin embargo, una determinada relación que ha entrado en el corazón sigue ahí; si no se resuelve sigue ahí, y, por tanto, el desastre se puede evitar durante un tiempo, pero al cabo del tiempo, al final, uno cede.

B. Además de esta eliminación de Jesús que depende de una intervención nuestra en una relación que Dios crea, con la que Dios nos solicita (pongo el ejemplo de la relación entre hombre y mujer porque es la más sintomática, pero hablo de todas las relaciones, con quien sea y con cualquier cosa, porque en todo se vive el problema de la relación con Dios, de la relación de la propia persona con Dios); es decir, además del hecho de que podemos estar repletos de actitudes que no significan nada (la vida no nos dice nada; las cosas no sólo no nos satisfacen sino que encima nos quedamos aislados, o nos desfogamos como podemos, jugando a las cartas o con el cine, o con la nada que somos), puede darse otra actitud. En lugar de estar pasivo ante lo que se siente y salir del paso sin despeinarse, sin hacer nada (sólo que la cosa permanece y con el tiempo se hace sentir, y cuando vuelve la ola siguiente estarás mal, estarás peor. De todas formas, lo terrible es que ese momento que atraviesas, ese fenómeno que vives, no te hace a Cristo más cercano; no te cambia; no lo detienes por nada; no te hace ser distinto), hay otra solución que se adopta a menudo, que es la de cortar (quizá lo dice el cura; el cura, o el juez, o bien el general, o el abogado). Cortar.
Pero el cortar que elimina al otro, que eliminaría al otro (si lo lograra, ¡eh!), el cortar no es justo, porque si Dios nos ha hecho encontrar a esa persona hay un bien nuevo que debe arraigar en nosotros.

La objeción entonces surge del sacrificio. En cambio, es necesario querer el sacrificio: no en el sentido de querer que surja el sacrificio, sino en el sentido de querer hacer el sacrificio que requiere la relación para que tenga éxito; el sacrificio debe relacionarse con el éxito (con el éxito de tu vida, con el comportamiento que tendrás en la vida en este tiempo).
En fin, es verdad que el Señor manda ciertos encuentros, da ciertos encuentros, hace nacer ciertos sentimientos, obliga a ciertas fatigas, para que el sacrificio inherente sea parte de Su cruz, sea sentido como parte de Su cruz y te cambie. Por tanto, el sacrificio inherente a ciertas respuestas que dar a nuestra problemática, es un sacrificio justo. Pero normalmente nosotros no centramos el problema, no centramos de qué se trata y por eso ni siquiera llegamos a captar lo que Jesús nos pide. Nuestra vida puede pasar tres, cuatro, cinco años sorda como uno que no tiene oídos, sorda y opaca, como uno que tiene los ojos enfermos; o bien sin interesarse por nada.
Decía la carta de la que os he leído un pasaje: "Cuando uno tiene esta herida abierta [es decir, cuando uno vive una relación sin resolver], uno tiene el deseo de poseer al otro, pero no sabe cómo [qué hacer para resolverlo, cómo adherirse a esta posibilidad que Dios le ofrece]". Entonces, si es uno que comienza a sentir toda la necesidad humana de conocer a Cristo, entiende que no es para satisfacer una necesidad particular, sino más bien para cumplir también la necesidad carnal; paradójicamente es para cumplir el aspecto verdadero de la alternativa, para reconocer la verdad de lo que se prueba. En un afecto, en cualquier situación afectiva, la verdad de lo que se prueba, el bien de lo que se prueba no puede menoscabar una u otra cosa, no puede ir contra ti mismo (por tanto, olvidar el ímpetu que te ha nacido dentro), ni ser lo que determina tu actitud en la vida cotidiana. Pero debes entender que tu sacrificio (y no es verdadero sacrificio si no llega hasta aquí), o el peligro de olvidarte, o pasar de todo, son parte del pequeño drama de tu historia (¡o grave drama!), para que se vuelva verdadero lo que sentías, para hacer verdadero lo que sentías; era un querer para que se hiciera verdadero el querer, se hiciera verdadero el querer bien.
Y es en esta claridad, en ese amor límpido a la verdad, en esa tensión a la verdad, donde el sacrificio aplaca su aspecto turbulento, cargado de herida y dolor, y se transforma en un dolor que espera el futuro, cuando, con el tiempo, lo que la naturaleza sugería se convierta en una realidad viviente, dentro de la visión cristiana de quien sigue a la Iglesia y a Cristo.
En resumen, en primer lugar uno no puede olvidar o tratar como si no hubiera sucedido, ninguna relación que haya tenido con las personas. No puede no sentirlas como un aguijón del Señor: "¿Señor, qué quieres de mí? Con esto, ¿qué quieres de mí? ¿Qué quieres decirme?". Y la respuesta será siempre: "Que sea verdadero lo que tú querías tomar, aferrar, poseer". Que sea verdadero, porque sólo lo que es verdadero es eterno. Lo que es verdadero es eterno. ("Todo, Señor, fuera de lo eterno, es vano en el mundo"), y por tanto también una vanidad efímera, pasajera.
Por una parte, entonces, "no eliminar al otro", ¡si no queremos eliminar a Dios! La relación con el otro es relación con Dios, con el Señor. En este sentido, para resolver el problema afectivo positivamente es decisiva la fórmula que he utilizado siempre: "Misterio y signo coinciden". Es justo que tú sientas esto porque es signo; es justo que tú mires esa criatura porque es signo de Dios, es signo del Misterio. Y esto no es contradictorio o precario, es decir, equívoco, sólo en cuanto que el Misterio coincide con el signo. Que "coincide con el signo" quiere decir que ante esa mujer que has visto y que ocupa un lugar en tu alma porque te ha impresionado, tú no puedes sino aceptar realmente lo que te ha sucedido, pero ¡es en el sacrificio inherente donde descubres lo verdadero! Porque tu determinación de no cambiar tu vocación o la forma de tu vida implica un sacrificio.
El sacrificio no es una reducción del signo, porque cuanto más fuerte es la unidad Misterio-signo, más fuerte es el signo; ¡no se trata de poner el acento sobre el signo y después disminuirlo hasta reducirlo a una sombra! Cuanto más fuerte es el signo en el que sacrificas tu drama humano, más potente es la evidencia del hecho de que el Misterio coincide con el signo. Sólo que si el signo coincide con el Misterio, es el signo el que indica el Misterio, el que hace entender el Misterio; esto es lo que compone positivamente todo.
Ahora basta.

Por favor, si tenéis una duda o echáis en falta una respuesta acerca de estas cosas, tenéis que hablar con los amigos más grandes y salir de dudas, porque lo que he dicho tan sumariamente tiene una gran trascendencia. He querido apuntar a la totalidad de los problemas porque es algo importante: si todas las relaciones con todas las cosas son relaciones con Dios, con el Dios Creador, con el Dios Redentor, si todas las relaciones son eso, no hay ninguna clase de relación de la que yo no sea responsable (ninguna clase: desde la silla que debe girar bien hasta la amiga que ha hablado mal de ti). Y además, cuando hablamos del trabajo diciendo que es la forma mejor, más difícil pero más grande, de relación con Cristo, resultó algo novedoso. Lo que hemos dicho hoy es para aclararlo ulteriormente.
Debéis pedir a la Virgen y a San José que os hagan comprender qué quiere decir que "Misterio y signo coinciden". Porque lo que dejamos, lo dejamos para ser más verdaderos. Si lo que dejamos lo dejamos para una justicia mayor, se hace justo, se asegura que sea justa también la relación con el otro. Es algo "más humano" lo que acontece con el Hombre Jesús. "Más humano": éste es el único criterio, pero un criterio último que se puede experimentar, que hay que experimentar.
Por tanto, la iniciativa a la que aludía y que es fundamental para ser hombres conscientes, la iniciativa decisiva es levantarse por la mañana cada día y acordarse de esto. Es de lo más impresionante que pueda pasar sobre la tierra: que haya un pueblo de personas que por la mañana, cada mañana, sabe, piensa, es consciente de dónde va a parar y por qué trabaja y vive. ¡Es algo de otro mundo! En efecto, es algo de otro mundo, y es sólo un aspecto de la antropología cristiana. Estáis juntos para ayudaros mutuamente a esto.
Os ruego sobre todo que recéis esta oración: "Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam", porque es la síntesis de todo el dictado cristiano. Pensadlo: una mujer es el instrumento del Espíritu de Dios, "Non horruisti Virginis uterum" (es precioso todas las veces que el breviario nos lo hace decir... Bueno, sólo los domingos).
Trabajad lo que os he dicho con los amigos más grandes, porque lo único bello del mundo es descubrir el punto de vista cristiano: cómo mira uno todo.
¿Os acordáis de Ada Negri? Leed en Mis lecturas el capítulo sobre Ada Negri. Las dos poesías que cito siempre son una admirable intuición a los setenta años de una persona que se convirtió a esa edad cuando descubrió lo que ahora pedimos a Dios poder descubrir todos. Porque, si leéis Mi juventud, encontraréis un amor, una relación amorosa, afectiva, poderosamente afectiva, con todo: con la flor que se abre, con el niño que nace ("Al Dios de los campos y las estirpes, das gracias en tu corazón"). Y Acto de amor: "todo fue bueno, hasta mi mal". Todo fue bueno, hasta mi mal, ¡ostras!
Os deseo lo mejor, porque ésta es la eterna Pascua.

Notas
1 "Oh Señor, mira a tu pueblo extenuado por su debilidad mortal, y haz que retome vida por la pasión de tu único Hijo", (Oración del Lunes Santo en la Liturgia de las Horas).
2 Los temas de la justicia, de la relación hombre-mujer y del trabajo, se abordaron ya en L. Giussani, Un hombre nuevo, y L. Giussani, Lo que nace de la obediencia.
3 Cfr. Mt. 6, 24; Lc. 16, 13.
4 Tú o de la amistad, apuntes de las meditaciones de L. Giussani en los Ejercicios de la Fraternidad, suplemento a "Litterae Communionis - Huellas", nº 8, 1997, pp. 12-20.