Aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de CL

11 de febrero de 2000
Luigi Giussani


«Te damos gracias, Señor, porque eres grande».
Cuando de niño oía a mi madre usar esta expresión, el corazón me daba un vuelco.
Era la misma voz que, constantemente, les hacía percibir a todos los fieles del pueblo judío la realidad insondable de Dios: justo y misericordioso.
El descubrimiento del Misterio ha acontecido en nuestra vida personal con la misma devoción de todos los que nos precedieron: fue precisamente en el decisivo encuentro del 11 de febrero del 82, cuando nuestra Fraternidad, en cuanto parte del Misterio de Cristo, recibió el reconocimiento supremo de la Iglesia.
Día a día, nuestra vida cumple conscientemente, al despuntar cada mañana, la capacidad de Dios salvador: Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam.
A ser posible, recemos junto a toda la comunidad la oración de Dante a la Virgen, suma expresión de la inteligencia y del amor con que Dante vivió la fe, y a la vez expresión de cómo la historia de nuestro pueblo nos ha creado y enriquecido.

Oración de san Bernardo a la Virgen
Virgen madre, hija de tu hijo, alta y humilde más que otra criatura, término fijo de la eterna voluntad.
Tú eres quien ennobleció tanto la humana natura, que su hacedor no desdeñó hacerse su hechura.
En tu vientre prendió el Amor, por cuyo calor, en la paz eterna, esta flor pudo germinar.
Aquí eres entre nosotros rostro meridiano de caridad, y abajo, entre mortales, fuente vivaz de la esperanza.
Mujer, eres tan grande y tanto vales, que quien desea gracia y no recurre a ti, quiere que su querer vuele sin alas.
Más tu benignidad no sólo ayuda a quien lo pide, sino que muchas veces liberalmente a ese pedir precede.
En ti misericordia, en ti piedad, en ti magnificiencia, en ti se aúna cuanto es bondad en la criatura.
(Dante, Paraíso, canto XXXIII, versos I -21)