En la misericordia se halla la posibilidad de la paz
El artículo de Giussani publicado en el Corriere della Sera: «Dios es el Señor de todo, por tanto “no hagáis luto y no lloréis, porque el gozo del Señor es vuestra fortaleza”»Estimado Director:
Ante las explosiones de las bombas y los incendios de las ciudades, lo que me conduce hasta la verdad de las cosas es pensar en la muerte de Cristo. No puedo darme otra explicación que la de seguir a Cristo que muere en la cruz y ser como Él. Ninguna otra.
Por ello, nos hemos adherido con sencillez a los sentimientos de amor y de paz del Papa, comprendiendo como él que estos sentimientos no nacen en absoluto de la condena de los que hacen la guerra. Nacen, por el contrario, de comprometer todas nuestras energías en la tarea de reavivar la educación necesaria para reconocer la injusticia que anida en toda decisión humana - en el lenguaje cristiano, pecado original -.
Para alcanzar un juicio no podemos partir de un análisis psicológico o natural, que la confusión del poder instrumentaliza, tanto el de Sadam, como el de Bush. Es posible alcanzar un juicio si se admite la culpa de ambas partes (y responderán por ello), pero también si se admite que su origen no está ni en el uno ni en el otro. La culpa original y, por tanto, el posible despotismo, es un veneno que tiene su hábitat, su génesis, en un misterio. Es en ese nivel insondable para nosotros donde la misericordia de Dios pone un remedio.
Hablo de algo que no atañe solamente al más allá, porque la misericordia del Señor pone un remedio ya a nuestra existencia terrena, pues ya en este mundo puede darse la paz para unos o la desesperación para otros. Dios es misericordioso, el Misterio es una misericordia que conlleva la cruz. Una cruz con la que algunos cargan como castigo, penitencia y humildad, dentro de un camino pacificante, y otros como el sinsentido de una rabia ilimitada.
Ante la misericordia, el rostro del soldado americano es idéntico al del soldado iraquí que está delante del cañón que le destruirá. Son iguales entre sí, ya no están el uno contra el otro. ¡Qué gran misterio! Gracias a la misericordia se obtiene la ventaja del amor, que llega hasta el perdón. Si no se alcanza el perdón, todo es mentira, y la razón se enquista en una contradicción: cada cual acusa al otro o se acusa a sí mismo acabando en la pura desesperación.
La salvación viene de seguir a Cristo, de identificarse con el sentimiento sobre el hombre que él tiene, y de invocar la gracia de que el hombre haga con su libertad lo que hizo Cristo con la suya: confiar su propia debilidad mortal en manos de la misericordia del Padre, del Misterio del ser.
Recordemos los Salmos o las palabras proféticas de la Biblia. Dios interviene a lo largo del camino del pueblo con la profecía o la autoridad. Dice: «¡Os reprendo! ¡Pueblo mío, te castigo!»; o bien, mediante el profeta habla al pueblo tembloroso bajo el yugo de un amo pagano. Dice Nehemías: fijaos en que Dios es más fuerte, su señorío se extiende sobre todas las cosas, «no estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza» (Neh, 8, 10). Habla de Dios que trae el bien, la belleza y la bondad, en las que el pueblo encuentra energía para enjuiciar todo lo que sucede.
Cuando un pueblo pasa por un trance penoso o duro de su historia, puede alcanzar un juicio sobre lo que es justo o no, en la medida en que se le educa: si se le educa, si se le indica un camino adecuado y se le orienta, entonces – siguiendo a sus maestros – puede aceptar o rechazar evidencias históricas, que la historia hace patentes. En estos tiempos el Papa tiene motivos adecuados para decir que no a la guerra, aunque quienes combaten podrían tener sus razones para hacerlo. ¡Ojalá atendamos a lo que dice el Papa, porque el juicio compete a las personas educadas para considerar todo lo que acontece desde el punto de vista de la ley de Dios y de la memoria del pueblo! Juan Pablo II después de haber afirmado que la guerra es un error, puesto que carece de razones adecuadas, con el fin de advertir a los responsables de que juegan un papel histórico para el futuro del mundo, ha añadido: «os juzgará Dios» (por ello, sentimos una piedad profunda para con los que han asumido la responsabilidad de emprender la guerra).
Ciertamente mi madre jamás habría visto como razón a favor de la guerra la que indican sus sostenedores. Pero tampoco habría seguido a quienes se oponen a ella por un cálculo político de signo contrario. Observando a unos y otros, habría llegado a esta conclusión: «Recemos al Señor para que Él nos salve». Y este juicio la habría dejado tranquila – no por indiferencia, sino porque tendría la certeza de que Dios es el Señor de todo, el que conduce todo hacia un destino bueno – en cualquier situación grave de la historia.