El toque del Misterio
El Rosario, síntesis de todo lo que el pueblo cristiano es capaz de pensar y decirle a Cristo. La Virgen, principio de una novedad redentora en la posesión de Cristo. Intervención publicada en «Avvenire», p.1«Quos redimisti, tu conserva Christe»: aquellos a quienes tú has redimido - que tú has querido, que has preparado para ti - consérvalos, oh Cristo. Sálvalos, en cualquier circunstancia en que les hagas permanecer. Nosotros elevamos a Dios nuestra gratitud con seguridad.
«Aquellos a quienes has redimido, consérvalos, oh Cristo». Aquellos a los que tú has llamado. Cada uno de nosotros ha sido llamado, tocado por el dedo del Señor, invadido por la llama de Su corazón.
La respuesta a esta elección consiste por entero en la petición de la que seamos capaces. Nuestra respuesta es una petición, y no tener una capacidad particular; es solamente el gesto de la oración.
Entramos en el mes de mayo. Creo que el pueblo cristiano se ha visto desde hace siglos bendecido y confirmado en su camino hacia la salvación, sobre todo, por una cosa: el Santo Rosario. El Rosario es como la síntesis de todo lo que el pueblo cristiano es capaz de pensar y decirle a Cristo. Síntesis de todo el plan de redención del mundo, de la dignidad que debemos reconocer y de la caridad que tenemos que vivir, basadas en la victoria sobre la muerte en la crucifixión; mejor aún, no en la crucifixión, sino en la resurrección. Pues a nosotros nos salva la resurrección.
El rezo del Santo Rosario, la meditación que nos impone, el Misterio que se revela en él nos da seguridad de lo que la madre de Jesús puede hacer por nuestra vida, de lo que hace por nuestra vida. Jesús no se movió hacia nosotros para perder el tiempo.
Así, pues, los misterios gozosos, que vienen antes de los dolorosos, son los misterios de la alegría - gaudium -, los misterios que nos devuelven y recuerdan el misterio de la novedad - el anuncio del Ángel -, la caridad para con su prima Isabel, el nacimiento de Jesús, la purificación de la Virgen y el ofrecimiento de Cristo al Padre, la vida aparentemente insignificante de Jesús en Nazaret. Son recuerdos en los que aflora la fascinación que Cristo ejerce sobre nosotros.
Los misterios dolorosos expresan una condición necesaria - absurda, humanamente hablando - pues, ahora que soy viejo comprendo cosas que antes no había entendido nunca: que el dolor es una condición inevitable para
ser parte de Jesús, para pertenecerle.
Y así también el gozo final, la gloria final en los misterios gloriosos, adquiere un fundamento dentro de la experiencia de nuestra carne; de lo contrario, la experiencia dentro de nuestra carne no llegaría a la resurrección.
Igual que la madre de Jesús fue el comienzo de Su presencia entre nosotros, también ahora la madre de Jesús continúa salvando en la historia a lo que ha sido predicho, predestinado.
«Conserva, oh Cristo, a aquellos a quienes has redimido». Nosotros podemos pensar en la Virgen sin posibilidad alguna de engaño porque la Virgen es nuestra madre. Mediante el abandono a ella, la súplica a ella, la petición a ella, podemos alcanzar la seguridad de estar cumpliendo lo que Cristo ha querido que hiciéramos, de ser lo que ha querido que fuéramos. En el abandono a la Virgen se afirma grandiosamente la seguridad de nuestra vida, de modo que, al mirarnos unos a otros en nuestra compañía cristiana, vemos que realmente es el primer reflejo de la salvación, de una condición humana nueva.
Sea cual sea nuestro estado de ánimo, pidamos cada día a la Virgen la gracia de que lo que Cristo nos ha prometido por medio de su maternidad para con nosotros, lo que se expresa en la verdad de nuestra vocación, se verifique concretamente haciéndonos cambiar. Que cada uno de nosotros al mirar a los demás, es decir, al mirarnos entre nosotros, llore de alegría ante la evidencia de que la Virgen, por ser principio de una novedad redentora, salvará integralmente la existencia a la que hemos sido llamados en su Hijo. Hay una nada, una nada que no se pierde: algo que no es nada y que por tanto se perdería, ¡es salvado!
«Quos redimisti, tu conserva Christe», Señor, consérvanos en la salvación para la que te dignaste entrar en nuestra vida. He aquí la razón suprema de la alegría, de la seguridad y de la alegría y, por tanto, de la gloria. La gloria es nuestro gozo. La alegría es la seguridad que se produce en el mundo por el hecho de haber sido tocados por el Misterio, mediante la posesión de Cristo.