Del Bautismo, una criatura nueva

Intervención de don Luigi Giussani en el Sínodo de los Obispos. Roma, 9 de octubre 1987. L. Giussani, L’avvenimento cristiano, Bur, Milán 2003, pp. 23-25
Luigi Giussani


Santo Padre, venerables Padres,
1. No me atrevería a tomar la palabra en esta sede si el tema del Sínodo no concerniera ante todo a algo que yo también comparto con los laicos: el Bautismo. ¿Qué es el cristianismo si no el acontecimiento de un hombre nuevo que, por su naturaleza, se convierte en un protagonista nuevo en la escena del mundo? La clave de todo el problema cristiano es, también para los laicos, el nacimiento de la nueva criatura de la que habla san Pablo. Es a ese hombre a quien se asignan tareas y funciones diversas, pero este, en el fondo, es un problema secundario respecto al primero.
El contenido de todo compromiso cristiano es la petición de Jesús: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo» (Jn 17,1).
2. Al hombre de hoy, dotado de posibilidades inusitadas en el obrar, le cuesta enormemente percibir a Cristo como respuesta clara y cierta al significado de su mismo ingenio. A menudo las instituciones no ofrecen vitalmente esa respuesta. Lo que falta no es tanto la repetición verbal o cultural del anuncio. El hombre de hoy espera, quizás inconscientemente, la experiencia del encuentro con personas para quienes el hecho de Cristo es una realidad tan presente que cambia su vida. Es un impacto humano lo que puede sacudir al hombre de hoy: un acontecimiento que sea eco del acontecimiento inicial, cuando Jesús levantó la mirada y dijo: «Zaqueo, baja enseguida, voy a tu casa» (cf. Lc 19,5).
3. De este modo el misterio de la Iglesia, que se nos transmite desde hace dos mil años, debe volver a acontecer siempre por gracia, debe resultar siempre una presencia que mueve, es decir, un movimiento; movimiento que por su naturaleza hace más humano el modo de vivir el ambiente en el que tiene lugar. Para los que son llamados sucede algo análogo a lo que fue el milagro para los primeros discípulos. La experiencia de una liberación de lo humano acompaña siempre el encuentro con el acontecimiento redentor de Cristo: «Quien me sigue tendrá el ciento por uno aquí y la vida eterna» (cf. Mt 19,28-29; Mc 10,28-30; Lc 18,28-30).
4. Del mismo modo que el Bautismo es gracia del Espíritu, toda realización del Bautismo es don del Espíritu que se encarna en el carácter y en la historia de cada uno.
Este don del Espíritu puede comunicarse con una fuerza particularmente persuasiva, pedagógica y operativa, que suscita una implicación entre las personas, un ámbito de afinidad y de relaciones, que genera una dinámica estable de comunión: «vivirla es un aspecto de la obediencia al gran misterio del Espíritu» (Juan Pablo II, Sed maestros de la cultura cristiana, A los sacerdotes de Comunión y Liberación, 12 de septiembre de 1985, en La Traccia–1985, p. 1083).