Mensaje para las exequias de Manuela Camagni

Mensaje para las exequias de la Memor Domini de la familia pontificia, muerta el 24 de noviembre en un accidente de tráfico
Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

Habría deseado presidir las exequias de la querida Manuela Camagni, pero —como podéis imaginar— no me ha sido posible. Sin embargo, la comunión en Cristo nos permite a los cristianos una real cercanía espiritual, en la que compartimos la oración y el afecto del alma. En este vínculo profundo os saludo a todos, en particular a los familiares de Manuela, a los obispos presentes, a los sacerdotes, a los Memores Domini y a los amigos.

Quiero ofrecer aquí muy brevemente mi testimonio sobre esta hermana nuestra, que se ha ido al cielo. Muchos de vosotros conocen a Manuela desde hace tiempo. Yo pude beneficiarme de su presencia y de su servicio en el apartamento pontificio en los últimos cinco años, en una dimensión familiar. Por esto, deseo dar gracias al Señor por el don de la vida de Manuela, por su fe, por su generosa respuesta a la vocación. La divina Providencia la llevó a un servicio discreto pero muy valioso en la casa del Papa. Ella estaba contenta de esto, y participaba con alegría en los momentos de familia: en la santa misa de la mañana, en las vísperas, en las comidas en común y en las varias y significativas celebraciones de la casa.

El separarnos de ella de un modo tan repentino y la manera como nos ha sido arrebatada nos han provocado un gran dolor, que sólo la fe puede consolar. Encuentro un gran sostén al pensar en las palabras que son el nombre de su comunidad: Memores Domini. Meditando sobre estas palabras, sobre su significado, encuentro un sentido de paz, porque remiten a una relación profunda que es más fuerte que la muerte. Memores Domini quiere decir: «que recuerdan al Señor», es decir, personas que viven en la memoria de Dios y de Jesús, y en esta memoria cotidiana, llena de fe y de amor, encuentran el sentido de cada cosa, tanto de las pequeñas acciones como de las grandes decisiones, del trabajo, del estudio, de la fraternidad. La memoria del Señor llena el corazón de una alegría profunda, como dice un antiguo himno de la Iglesia: «Jesu dulcis memoria, dans vera cordis gaudia» (Jesús dulce memoria, que da la verdadera alegría del corazón).

Por esto me da paz pensar que Manuela es una Memor Domini, una persona que vive en la memoria del Señor. Esta relación con él es más profunda que el abismo de la muerte. Es un vínculo que nada ni nadie puede romper, como dice san Pablo: «(Nada) podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rm 8, 39). Sí, si recordamos al Señor es porque él, antes aún, se acuerda de nosotros. Somos memores Domini porque él es Memor nostri, se acuerda de nosotros con el amor de un Padre, de un Hermano, de un Amigo, incluso en el momento de la muerte. Aunque a veces pueda parecer que en ese momento él está ausente, que se olvida de nosotros, en realidad él nos tiene siempre presentes, estamos en su corazón. Dondequiera que podamos caer, caemos en sus manos. Precisamente allí, donde nadie puede acompañarnos, nos espera Dios: nuestra Vida.

Queridos hermanos y hermanas, en esta fe llena de esperanza, que es la fe de María al pie de la cruz de Jesús, celebré la santa misa en sufragio de Manuela la misma mañana de su muerte. Y mientras acompaño con la oración el rito cristiano de su sepultura, imparto con afecto a los familiares, a sus hermanas en la fe y a todos vosotros mi bendición.


© Copyright 2010 - Libreria Editrice Vaticana