Carta de Juan Pablo II a don Giussani y a los miembros de la Fraternidad de Comunión y Liberación
Con ocasión del vigésimo aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de CLAl Reverendo Monseñor Luigi Giussani, Fundador del movimiento “Comunión y Liberación”
1. Participando intensamente me uno a la alegría de la Fraternidad de “Comunión y Liberación” en el vigésimo aniversario de su reconocimiento por parte del Pontificio Consejo para los Laicos como Asociación de fieles de derecho pontificio. Ya en 1954, Usted, queridísimo Mons. Giussani, dio comienzo en Milán al movimiento “Comunión y Liberación”, que luego se fue extendiendo a distintas partes de Italia y, más tarde, también por otros países del mundo. La Fraternidad constituye el fruto maduro de este movimiento.
Al cumplirse felizmente este vigésimo aniversario, me complace de manera especial recorrer los pasos más significativos del itinerario eclesial del movimiento, para dar gracias a Dios por lo que Él ha obrado a través de su iniciativa, Reverendo Monseñor, y la de los que se han unido a Usted a lo largo de los años. Es motivo de consuelo recordar las vicisitudes a través de las cuales se ha manifestado la acción de Dios y reconocer juntos la grandeza de su misericordia.
2. Rememorando la vida y las obras de la Fraternidad y del movimiento, el primer aspecto que destaca es el empeño puesto en prestar atención a las necesidades del hombre de hoy. El hombre jamás deja de buscar: tanto cuando se ve afectado por el drama de la violencia, o marcado por la soledad y el sin sentido, como cuando vive en la serenidad y la alegría, sigue buscando. La única respuesta que puede saciarle apaciguando su búsqueda le viene del encuentro con Aquél que es la fuente de su ser y de su obrar.
El movimiento, por tanto, ha querido y quiere indicar no ya un camino sino el camino para llegar a la solución de este drama existencial. El camino - ¡cuántas veces lo ha afirmado Usted! -, es Cristo. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, que alcanza a la persona en su existencia cotidiana. El descubrimiento de este camino sucede normalmente gracias a la mediación de otros seres humanos. Marcados por el don de la fe a raíz del encuentro con el Redentor, los creyentes están llamados a ser un eco del acontecimiento de Cristo, a convertirse ellos mismos en «acontecimiento».
El cristianismo, antes que ser un conjunto de doctrinas o de reglas para la salvación, es, pues, el «acontecimiento» de un encuentro. Esta intuición y esta experiencia es lo que Usted ha transmitido a lo largo de estos años a muchas personas que se han adherido al movimiento. Comunión y Liberación, más que ofrecer cosas nuevas, apunta a hacer redescubrir la Tradición y la historia de la Iglesia, para volver a expresarla en formas capaces de hablar y de interpelar a los hombres de nuestro tiempo. En el Mensaje a los participantes en el Congreso mundial de los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, el 27 de mayo de 1998, escribí que la originalidad del carisma de cada movimiento “no pretende, ni podría hacerlo, añadir algo a la riqueza del depositum fidei que la Iglesia custodia con apasionada fidelidad” (n. 4). Sin embargo, dicha originalidad, “constituye un apoyo potente, un llamamiento sugerente y convincente a vivir plenamente, con inteligencia y creatividad, la experiencia cristiana. En esto reside el presupuesto para encontrar respuestas adecuadas a los retos y las necesidades urgentes de los tiempos y de las circunstancias históricas siempre cambiantes” (ibid).
3. Es preciso volver a Cristo, Verbo de Dios encarnado para la salvación de la humanidad. Jesús de Nazaret, que vivió la experiencia humana como nadie más hubiera podido hacerlo, se presenta como la meta de todas las aspiraciones humanas. Sólo en Él puede llegar el hombre a conocerse plenamente a sí mismo.
La fe aparece de este modo como una auténtica aventura del conocimiento, puesto que no es un discurso abstracto, ni un vago sentimiento religioso, sino un encuentro personal con Cristo, que da a la vida un sentido nuevo. La tarea educativa que, en el ámbito de vuestras actividades y comunidades, muchos padres y profesores han tratado de desarrollar, ha consistido precisamente en acompañar a hermanos, hijos y amigos, a descubrir desde dentro de la experiencia afectiva y del trabajo, en las más diferentes vocaciones, la voz que lleva a cada uno hacia su encuentro definitivo con el Verbo hecho carne. Sólo en el Hijo unigénito del Padre puede hallar el hombre respuesta plena y definitiva a sus expectativas íntimas y fundamentales.
Este diálogo permanente con Cristo, alimentado por la oración personal y litúrgica, es el estímulo para una presencia social activa, como atestigua la historia del movimiento y de la Fraternidad de Comunión y Liberación. La vuestra es también, en efecto, una historia de obras de cultura, caridad y formación, y, respetando la distinción entre las finalidades de la sociedad civil y de la Iglesia, es una historia de compromiso incluso en el campo político, un ámbito que por su propia naturaleza está lleno de contraposiciones, en el que resulta arduo a veces servir fielmente a la causa del bien común.
4. En estos veinte años la Iglesia ha visto surgir y desarrollarse en su interior muchos movimientos, comunidades y asociaciones. La fuerza del Espíritu de Cristo no deja nunca de superar, casi de romper, los esquemas y las formas sedimentadas en ella durante su vida anterior, para urgir que nazcan nuevas formas de expresión. Dicha urgencia es señal de la vivaz misión de la Iglesia, en la cual aparece el rostro de Cristo con los rasgos propios de los rostros de los hombres de todos los tiempos y lugares de la historia. ¿Cómo no asombrarse ante estos prodigios del Espíritu Santo? Él realiza maravillas y en el amanecer del nuevo milenio anima a los creyentes a dirigirse hacia fronteras cada vez más avanzadas en la construcción del Reino.
Hace años, con ocasión del trigésimo aniversario del nacimiento de Comunión y Liberación, os dije: “Id a todo el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentran en Cristo Redentor” (Roma, 29 de septiembre de 1984, n. 4). Al comienzo del tercer milenio de la era cristiana, con fuerza y gratitud os confío de nuevo el mismo mandato. Os exhorto a cooperar con conciencia constante en la misión de las diócesis y de las parroquias, dilatando valientemente su acción misionera hasta los últimos confines del mundo.
El Señor os acompañe y otorgue fecundidad a vuestros esfuerzos. Que María, Virgen fiel y Estrella de la nueva evangelización, os sostenga y os guíe en el sendero de una fidelidad cada vez más audaz al Evangelio.
Con estos sentimientos, me complace impartir a Usted, Mons. Giussani, a sus colaboradores y a todos los miembros de la Fraternidad, así como a todos los que participan del movimiento una especial Bendición Apostólica.
Vaticano, 11 de febrero de 2002, fiesta de Nuestra Señora de Lourdes.
Juan Pablo II