La política, dimensión esencial de la convivencia civil

CL propone el discurso del Papa Francisco en Cesena

La plaza es un lugar emblemático donde las aspiraciones de los individuos se confrontan con las necesidades, expectativas y sueños de toda la ciudadanía; donde los grupos particulares se dan cuenta de que sus deseos deben armonizarse con los de la colectividad. Yo diría, permitidme la imagen, que en esta plaza se «amasa» el bien común de todos, aquí se trabaja por el bien común de todos. Esta armonización de deseos propios con los de la comunidad hace el bien común. En esta plaza se aprende que sin perseguir con constancia, esfuerzo e inteligencia el bien común, tampoco el individuo podrá gozar de sus derechos y realizar sus nobles aspiraciones, porque faltaría el espacio ordenado y civil para vivir y trabajar.
La centralidad de la plaza, por lo tanto, envía el mensaje de que es esencial trabajar todos juntos por el bien común. Esta es la base de la buena gobernanza de la ciudad, que la hace bella, sana y acogedora, cruce de caminos de iniciativas y motor de un desarrollo sostenible e integral.

Una política que aumente la participación de las personas
Esta plaza, como todas las otras plazas de Italia, recuerda la necesidad para la vida de la comunidad de la buena política; no de la que es sierva de las ambiciones individuales o de la prepotencia de grupos o centros de interés. Una política que no sea ni sierva ni patrona, sino amiga y colaboradora; no temerosa o imprudente, sino responsable y por lo tanto valiente y prudente al mismo tiempo; que aumente la participación de las personas, su inclusión y participación progresiva; que no deje al margen a determinadas categorías, que no saquee ni contamine los recursos naturales –no son un pozo sin fondo, sino un tesoro que Dios nos da–, para que lo usemos con respeto e inteligencia. Una política que pueda armonizar las aspiraciones legítimas de individuos y grupos manteniendo el timón firme en el interés de toda la ciudadanía.
Este es el rostro auténtico de la política y su razón de ser: un servicio invalorable al bien de toda la comunidad. Y por eso la doctrina social de la Iglesia la considera como una noble forma de caridad. Por lo tanto, invito a los jóvenes y a los menos jóvenes a que se preparen de manera adecuada y a esforzarse personalmente en este campo, asumiendo desde el principio la perspectiva del bien común y rechazando cualquier forma, por muy mínima que sea, de corrupción. La corrupción es la polilla de la vocación política. La corrupción no deja que crezca la civilización. Y el buen político lleva su propia cruz cuando quiere ser bueno porque debe dejar tantas veces sus ideas personales para tomar las iniciativas de los demás y armonizarlas, acomunarlas, para que efectivamente sea el bien común el que salga adelante. En este sentido el buen político acaba siempre por ser un “mártir” al servicio, porque deja sus ideas pero no las abandona, las pone en discusión con todos para ir hacia el bien común, y esto es muy hermoso.

Tratar de actuar personalmente en lugar de mirar desde el balcón
Desde esta plaza os invito a considerar la nobleza de la acción política en nombre y favor del pueblo, que se reconoce en una historia y en los valores compartidos y pide tranquilidad de vida y desarrollo ordenado. Os invito a exigir de los protagonistas de la vida pública coherencia de compromiso, preparación, rectitud moral, iniciativa, longanimidad, paciencia y fortaleza para afrontar los desafíos de hoy, sin pretender, sin embargo, una perfección imposible. Y cuando el político se equivoca, que tenga la grandeza de ánimo para decir: «Me he equivocado, perdonad, sigamos adelante». ¡Y esto es noble! Los acontecimientos humanos e históricos y la complejidad de los problemas no permiten que se resuelva todo y de inmediato. La varita mágica no funciona en la política. Un realismo saludable sabe que incluso la mejor clase dirigente no puede resolver todos los problemas en un instante. Para darse cuenta, es suficiente tratar de actuar personalmente en lugar de mirar y criticar el trabajo de los demás desde el balcón. Esto es un defecto, cuando las críticas no son constructivas. Si el político se equivoca, díselo, hay tantas formas de decírselo: «Pero creo que esto sería mejor así o así». A través de la prensa, de la radio... Pero decirlo constructivamente. Y no mirar desde el balcón esperando a que fracase. No, así no se construye la civilización. Encontraremos así la fuerza para asumir nuestras responsabilidades, entendiendo al mismo tiempo que, incluso con la ayuda de Dios y la colaboración de los hombres, en cualquier caso, cometeremos errores. Todos nos equivocamos. «Perdonad, me he equivocado. Reanudo el camino justo y sigo adelante».

Dispuestos a que prevalezca el bien del todo antes que el de una parte
Quiero deciros a vosotros y a todos: redescubrid también hoy el valor de esta dimensión esencial de la convivencia civil y dad vuestra contribución, dispuestos a que prevalezca el bien del todo antes que el de una parte; listos para reconocer que cada idea necesita ser verificada y remodelada confrontándola con la realidad; dispuestos a reconocer que es crucial poner en marcha iniciativas generando amplias colaboraciones en lugar de concentrarse en la ocupación de puestos. Sed exigentes con vosotros mismos y con los demás, sabiendo que el esfuerzo concienzudo precedido por la preparación adecuada dará su fruto y aumentará el bien e incluso la felicidad de las personas. Escuchad a todos, todos tienen derecho a que se escuche su voz, pero escuchad sobre todo a los jóvenes y a los ancianos. A los jóvenes porque tienen fuerzas para sacar adelante las cosas; y a los ancianos porque tienen la sabiduría de la vida y tienen la autoridad para decir a los jóvenes –también a los políticos jóvenes–: «Mira, chico, chica, en esto te equivocas, toma ese otro camino, piénsalo». Esta relación entre jóvenes y ancianos es un tesoro que debemos restablecer. ¿Hoy es la hora de los jóvenes? Sí, a medias: es también la hora de los ancianos. Hoy es la hora en política del diálogo entre los jóvenes y los ancianos. Por favor, seguid por este camino.

Políticos que realmente se preocupen por la sociedad, el pueblo y el bien de los pobres
En los últimos años, la política parece retroceder frente a la agresión y la omnipresencia de otras formas de poder, como la financiera y la mediática. Es necesario relanzar los derechos de la buena política, su independencia, su capacidad específica de servir al bien público, de actuar de tal manera que disminuya las desigualdades, promueva el bienestar de las familias con medidas concretas, proporcionar un marco sólido de derechos y deberes –equilibrar unos y otros– y hacerlos eficaces para todos. El pueblo, que se reconoce en un ethos y en su propia cultura, espera de la buena política la defensa y el desarrollo armónico de este patrimonio y de su mejor potencial. Oremos al Señor para que suscite buenos políticos que realmente se preocupen por la sociedad, el pueblo y el bien de los pobres.