Saludo de Julián Carrón al Santo Padre Benedicto XVI
Audiencia con el Papa con motivo del 25 aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de CLSantidad:
Una alegría inmensa: éste es el sentimiento que nos invade, a cada uno de nosotros; estamos contentísimos de poder encontrarnos con usted y compartir juntos este momento. Consiéntame que le dé las gracias de todo corazón en nombre de mis amigos por este don impagable.
Todavía sigue muy vivo en nuestra memoria el recuerdo de la última vez que nos encontramos con ocasión del funeral de don Giussani. Nunca podremos olvidar su conmovedora disponibilidad a venir a celebrarlo ni sus palabras llenas de afecto hacia él y de comprensión profunda de su persona. ¡Cuántas veces, desde entonces, nos hemos sorprendido hablando de don Giussani con las palabras que usted, Santidad, nos dirigió ese día para describir su personalidad: un hombre herido por la belleza, que no guiaba a las personas hacia sí mismo, sino hacia Cristo, y de este modo conquistaba los corazones!
De su testimonio incansable, hemos aprendido lo que usted no se cansa de repetir a todo el mundo desde que subió al Solio Pontificio: la belleza del cristianismo. Estamos fascinados por la belleza de Cristo, que la intensidad contagiosa de don Giussani hizo persuasiva para nosotros, hasta tal punto que cada uno de nosotros puede repetir con Jacopone da Todi: «Cristo me atrae por entero, ¡tal es su hermosura!». Esta belleza del cristianismo la hemos descubierto sin olvidar nada de lo auténticamente humano. Es más, para nosotros vivir la fe en Cristo coincide con la exaltación de lo humano. Todo el esfuerzo educativo de don Giussani ha consistido en mostrar la correspondencia de Cristo a todas las exigencias humanas auténticas. Él estaba convencido de que solamente una propuesta dirigida a la razón y a la libertad, y que cada uno pudiera verificar en su experiencia, podría interesar al hombre, porque es la única que puede hacer percibir su verdad, es decir, su conveniencia humana. De este modo mostró que es posible vivir la fe como hombres, usando plenamente la razón, la libertad y el afecto. Nosotros queremos seguir sus huellas.
Frente a tanta gracia es imposible no estremecerse por toda nuestra desproporción. Por este motivo hemos releído a menudo, especialmente en estos días de preparación al encuentro con usted, las palabras que don Giussani nos dirigió en 1984 con ocasión del trigésimo aniversario del nacimiento del movimiento:
«A medida que vamos madurando, nos convertimos en espectáculo para nosotros mismos y, Dios lo quiera, también para los demás. Espectáculo de límite y de traición, y por eso de humillación y, al mismo tiempo, de seguridad inagotable en la gracia que nos es dada y renovada todas las mañanas. De aquí procede ese atrevimiento ingenuo que nos caracteriza, que hace que concibamos cada jornada de nuestra vida como una ofrenda a Dios, para que la Iglesia exista en nuestros cuerpos y en nuestras almas, a través de la materialidad de nuestra existencia».
Conscientes de nuestra nada, pedimos cada día poder decir “sí” a la gracia que nos es dada para que podamos dar testimonio de ella a todos nuestros hermanos sin pretensiones, pero sin miedo. Estamos seguros de que, en este momento de confusión que el mundo está viviendo, el corazón del hombre, aunque esté herido, sigue siendo capaz de reconocer la verdad y la belleza, si las encuentra en el camino de la vida. Deseamos vivir la novedad que nos ha acontecido en todas las situaciones y en los ambientes donde transcurre nuestra existencia, confiando en poder dar testimonio en nuestra pequeñez de toda la belleza que ha invadido nuestra vida, para que otros puedan encontrarla.
De este modo, esperamos que se cumpla en nosotros lo que desde siempre fue el método de Dios para llegar a ser compañero de camino para todo hombre: dar la gracia a uno, para poder llegar a todos a través de él. Como la dio a don Giussani para que llegase a nosotros, igualmente nos la ha dado a nosotros para poder llegar a otros. Esto es lo que puede hacer posible el encuentro que es el origen de la fe cristiana, como usted, Santidad, nos ha recordado en su encíclica Deus caritas est: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (n. 1).
Por eso, en estos años, hemos intentado tomar en serio la llamada a la misión que el Siervo de Dios Juan Pablo II nos hizo con ocasión del trigésimo aniversario del movimiento: «Id a todo el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentran en Cristo Redentor» (29 de septiembre de 1984) La difusión del carisma y el crecimiento de las comunidades del movimiento en todo el mundo muestran la misericordia de Dios, que ha querido que nuestro compromiso diera fruto. Viajando por el mundo he visto que un cristianismo vivido así, en sus elementos esenciales, puede encontrar gran aceptación en el corazón del hombre, más allá de toda cultura o religión.
Nuestro deseo es el que siempre movió el corazón de don Giussani: que en todo y por todo la fuerza persuasiva del movimiento sea «instrumento de la misión del único Pueblo de Dios» (Testimonio de don Luigi Giussani durante el encuentro del Santo Padre Juan Pablo II con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades. Plaza de San Pedro, Roma, 30 de mayo de 1998, n. 2); es decir, que el atractivo del carisma que hemos encontrado sea para el bien de la Santa Iglesia extendida en todo el mundo y presente en cada Iglesia particular.
Por esta razón hemos pedido un encuentro con usted, Santidad. Como usted sabe, la historia de nuestro movimiento siempre ha estado marcada por esta estrecha relación con la Sede Apostólica. Desde el principio don Giussani intentó vivir la gracia que había recibido en plena comunión con el sucesor de Pedro, el único que puede asegurar la autenticidad de cualquier camino: desde Pablo VI a Juan Pablo II. Nosotros somos testigos de la gratitud inmensa de don Giussani cuando Juan Pablo II reconoció la Fraternidad de Comunión y Liberación. Y tenemos grabado en nuestros ojos como expresó su total devoción delante de todos arrodillándose a los pies del Papa el 30 de mayo de 1998.
Con la misma devoción, hoy, acudimos al encuentro con usted en el 25º aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad y a dos años de la muerte de don Giussani, plenamente conscientes del valor del sucesor de Pedro para nuestra fe. Sin su testimonio, asegurado por el poder del Espíritu, el cristianismo decaería en una de las muchas variantes ideológicas que dominan el mundo.
Estamos aquí, Santo Padre, deseosos de escuchar tanto sus indicaciones como las correcciones que quiera hacernos para el camino que tenemos delante, convencidos de que, siguiéndole, el don del carisma que nos ha fascinado podrá ser útil para toda la Iglesia y para el mundo. Meditaremos sus palabras y, estoy seguro de que hablo en nombre de cada uno de mis amigos, nos comprometemos a vivirlas con todas nuestras capacidades, con la certeza de la compañía apasionada de don Giussani a nuestra vida.