Nuestra fe, despertada por su testimonio
Estimado director,
«Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él» (1 Cor 12,26). ¿Cómo no sentir todo el dolor desgarrador de nuestros hermanos cristianos perseguidos? Es un clamor que crece cada vez más ante las tremendas injusticias que sufren los cristianos en muchos lugares del mundo, obligados a dejarlo todo y a huir de su tierra por un único motivo: el hecho de ser cristianos. Parece increíble que en el siglo XXI pueda suceder todavía algo así.
«Hay más mártires hoy que en los primeros siglos de la Iglesia. ¡Más mártires! Hermanos y hermanas nuestros. ¡Sufren! Llevan la fe hasta el martirio.» (18 mayo 2013). ¿Cómo podemos permanecer indiferentes ante estas palabras del papa Francisco? Es evidente que nos encontramos ante un nuevo desafío, como nos recuerda la Evangelii Gaudium: «A veces, estos [desafíos] se manifiestan en verdaderos ataques a la libertad religiosa o en nuevas situaciones de persecución a los cristianos, las cuales en algunos países han alcanzado niveles alarmantes de odio y violencia» (61).
Pero incluso en medio de estos sufrimientos llega hasta nosotros el testimonio de su fe, como ha dicho el arzobispo de Mosul en una reciente entrevista: «Ellos mismos empezaron a decirme que necesitaban arraigarse aún más en nuestra fe. Me dijeron que habían vuelto a vivir dentro de todas estas dificultades. Me lo decían con palabras y yo, por sus ojos, entendía que era verdad. Lo entendía por cómo me lo decían», porque «cuando llegué, era otra cosa. Eran otras personas. Pero al cabo de seis meses, de un año, su cambio era patente» (Huellas julio/agosto 2014). Espero que nosotros guardemos estos testimonios como un tesoro que despierte de nuevo nuestra fe, de tal manera que cada uno de nosotros pueda testimoniarla como ellos en las circunstancias en las que somos llamados a vivirla.
«Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él. […] Ahora vosotros sois el cuerpo de Cristo y miembros suyos, cada uno en particular» (1 Cor 12,26-27). Precisamente por esta común pertenencia al cuerpo eclesial, quisiéramos llevar un poco el peso de la intolerancia, la incomprensión y la violencia que el mundo que rechaza a Cristo carga sobre las espaldas de nuestros hermanos.
¿Cómo no sentir la urgencia de mostrar nuestra cercanía a los cristianos perseguidos? Lo hacemos uniéndonos al clamor de todos aquellos que advierten esta herida como infligida a ellos mismos, para que estos hechos no queden silenciados. Y lo hacemos, sobre todo, participando con todas las comunidades de Comunión y Liberación de Italia en la oración que por ellos ha convocado la Conferencia Episcopal Italiana el 15 de agosto, unidos a toda la Iglesia italiana.
Gracias por su atención.