La herencia de Giussani
Cuando el verano pasado me asomé tímidamente, lleno de dudas, al Meeting de Rímini, invitado por estos jóvenes inquietos de la Compañía de las Obras de Madrid, recibí una profunda impresión, por encima de la espectacularidad del evento que cumplía 50 años de existencia. Pero no era por su programa, ni la importancia de los que intervenían, personajes internacionales de la vida política y social, sino por la gente. Gente sencilla espectante ante el mensaje de don Giussani y sus seguidores. Allí había muchedumbre, jóvenes y mayores. Cuando vi aparecer en una videoconferencia a un sacerdote enjuto y debilitado por la enfermedad, que hablaba con voz firme del compromiso social del Evangelio, leí en los rostros de las gentes que su mensaje venía de lejos y seducía. No era elocuente, sino convincente. (...) En un momento social como el nuestro, en el que dar testimonio de la fe en Cristo con una empresa no está de moda ni bien visto, la Compañía de las Obras es valiente. Hoy, la ambición por el tener es mayor que la de ser. La cultura del «pelotazo económico» es más alabada que la constancia empresarial. Dinero, sólo dinero, empobrece el tejido laboral y la estabilidad empresarial. La codicia está echando a perder el capitalismo ordenado. El crecimiento por el crecimiento es decadencia cuando se mide por números. Los números están atentando la vida de las personas. Las estadísticas construyen leyes carentes de otros valores. Creo que este sacerdote sin pretensiones que acaba de morir en Milán, sin títulos colorados, ha enseñado a sus gentes a valorar la cualidad y no la cantidad. Ha dado sentido al hombre haciéndole reconocer su origen divino. Ha puesto en valor el capital humano, que es la fortaleza de los débiles. Esa es la herencia de la obra de don Giussani.