Homilía del cardenal Rouco Varela en el aniversario de la muerte de don Giussani
Esta noche recordamos el fallecimiento de monseñor Giussani, acaecido hace dos, y también nos remitimos, inevitablemente, a la fecha de su nacimiento, el 15 de octubre del año 1922. Comparando estos dos términos no pudo por menos que venirme a la mente y al corazón lo simbólico y lo providencial de estas fechas: nació el día de santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia, y murió el día de la Cátedra de san Pedro. Pocas fechas se pueden elegir mejor para nacer y para morir. (...) La fiesta de Santa Teresa de Jesús es una fecha buena para nacer, entre otras cosas, porque fue de Jesús. Quien conoce un poco su vida y su obra se encuentra con una mujer que vivió absoluta y totalmente para Él. La experiencia de Cristo que ella vivió, el contacto diario con Él, la relación con Su presencia es de las más extraordinarias que conoce la historia de la Iglesia. Por ello vivió una vocación maternal y educadora que no ha dejado de ejercer desde el siglo XVI con una autoridad actualmente viva y fascinante. Lo mismo podemos decir de don Giussani. (...)
Centralidad de Cristo
La otra fecha es la de la Cátedra de san Pedro. En la vida de don Giussani se da una centralidad del conocimiento y del amor a Cristo que comienza con lo que él cuenta de su experiencia de niño al lado de su madre, que le lleva al conocimiento de Jesús, que pasa por el Studium Christi en el seminario de Venegono donde se forma como sacerdote, y que culmina en toda su vida en la forma de presentar a Cristo a los jóvenes y a los hombres de su tiempo. (...) El encuentro con Cristo en el curso de la propia vida como respuesta a los problemas del tiempo es el tema central de su enseñanza. (...) Supo responder a la falacia tremenda del marxismo que fue la de confundir la sociedad nueva que se pretendía realizar con la creación de un hombre nuevo. (...) En esos años, en los países libres también se proponía una concepción del hombre y un modo de vivirla últimamente materialista y hedonista que se interpretaba políticamente en tendencias anárquicas, como las del liberalismo utópico o el existencialismo. (...) A estos jóvenes, que él quiso de verdad, Giussani les ofreció la experiencia de Cristo que les busca, que les propone una vida nueva y es capaz de crear un hombre verdaderamente nuevo en la historia. Y lo hizo no sólo con la palabra, que ciertamente estimaba, sino con su estilo de vida y su modo de ser pastor. Vivió siempre esta forma de testimonio con el mismo arrojo, la misma limpieza y la misma diferencia respecto de la manera que el mundo tiene de responder.
Una ventana que da luz al mundo
El suyo fue siempre un testimonio de Pedro y con Pedro, el testimonio de un pastor unido al vicario de Cristo. En la obediencia a Pedro en comunión con la Iglesia reconoció la amada autoridad viviente y la seguridad de la confesión infalible de la fe. (...) En unos años difíciles para nosotros en España, los del posconcilio Vaticano II, la Iglesia quiso ser –y en efecto, es– una ventana que se abre al mundo, que no sólo se abre hacia fuera para airear la Iglesia por dentro –así se la ha visto y calificado–, sino también una ventana que se abre hacia dentro, a través de la cual la luz de Cristo, la persona de Cristo, la figura de Cristo va al mundo y entra en el mundo (no en vano la Gaudium et spes se ocupa concreta y detalladamente de las angustias y las alegrías del hombre de aquel tiempo, y también del nuestro). Pues don Giussani es una de esas ventanas abiertas que el Espíritu escoge para que el Señor vuelva a aparecer, se haga presente en la vida de la sociedad, en concreto de la europea tan marcada por un lado por la fascinación y el materialismo masivo que ofrecía la visión marxista de la historia, y por otro, por aquella otra visión de la vida según la cual la existencia al final no tiene sentido. En aquella Iglesia que preparó y vivió el Vaticano II, el Señor estaba presente, y sus huellas, su rostro y sus frutos se harían visibles. En don Giussani se hizo presente y dio respuestas a esa juventud –sobre todo universitaria– que necesitaba respuestas distintas de las que se le ofrecían. (...)
Buen pastor
Quisimos invitar a don Giussani a España justamente para que abriera esa ventana a los jóvenes en la universidad, empezando por la Pontificia de Salamanca, donde no había demasiadas ventanas abiertas y no sobraba ninguna; por supuesto, no sobraba ésta que, en este caso, iluminaba de verdad con una luz tan brillante y fascinante. Es el Señor quien suscitó esa forma de vivir el amor a Cristo con el estilo pastoral de Pedro, no sólo con su profesión de fe sino con la enseñanza y el amor. En la Primera Carta de Pedro, de la que hemos leído uno de los pasajes más conocidos pero también más emocionantes, se habla del buen pastor. Giussani fue un buen pastor, no abusó de las ovejas, ni mucho menos quiso explotarlas, sino que las amó, dio su vida por ellas y entregó generosamente su tiempo, su inteligencia y todo lo que recibió, por naturaleza y gracia, del Señor, para sus jóvenes y para todo lo que nació de aquella primera experiencia de la Gioventú Studentesca de Milán. Es un pastor que trata de llevar a Cristo de verdad a los hombres, y lo hace no como los déspotas de este mundo, sino con la generosidad propia de aquellos que se han entregado a Cristo, sobre todo en ese momento decisivo de su obra y de su vida que es la cruz, el amor a la cruz, que recibe como triunfo la resurrección, que de momento no es triunfo de este mundo ni triunfo para este mundo, sino triunfo para instituir a la Iglesia y para crear la comunión de la Iglesia y abrir así a los hombres a una comunión que es camino de verdadera libertad. El amor vivido y profesado en la fidelidad a Pedro en comunión con la Iglesia es inseparable del amor a María. (...)
Necesitamos testigos de Cristo
Para que el legado de don Giussani para la Iglesia y para Comunión y Liberación en España sea recibido y trasmitido de la forma auténtica en que se entregó, tal y como él lo vivió, necesitamos el amor a la Virgen, necesitamos testigos de Cristo, enamorados de Cristo, a los que Cristo les ha cambiado la vida, y necesitamos vivir el “sí de Pedro” obediente y filialmente. Santa Teresa escribe en 1653 que «no es tiempo de tratar con Dios de cosas de poca importancia». (...) Lo mismo parece decirnos también don Giussani: «no es tiempo de tratar con Dios de cosas de poca importancia». Debéis asumir vuestra responsabilidad con la experiencia y con la vida para trasmitir ese carisma que habéis recibido y ser signos vivientes de que Cristo está presente y va al encuentro del hombre y de los jóvenes de este tiempo, quiere encontrarse con ellos. Decía también Teresa: «Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?». Que seáis testigos jóvenes, limpios y generosos en el tiempo que nos ha tocado vivir.