El carisma es una virtud siempre en movimiento
Tras la reforma que partió en dos Europa en el siglo XVI, en la Iglesia Católica han surgido constantemente nuevos movimientos, siempre mirados con recelo desde las curias, los obispos y el clero consolidado, pero que, tras haber desafiado a la institución en nombre de los valores de los orígenes, se han convertido en miembros y brazos. Casi todos los grandes santos de la Iglesia, como Clara, Catalina, Teresa, Ignacio de Loyola, fueron guías carismáticos de movimientos más o menos extendidos. Y lo mismo vale para figuras como don Bosco, don Gnocchi, José María Escrivá, Padre Pio y don Giussani. Giussani había creado Gioventú Studentesca. Cuando la revolución mundial juvenil, cultural, política y sexual se abatió sobre el mundo estudiantil la desafió transformando su movimiento en Comunión y Liberación. Es decir, insertándolo en aquella fuerte corriente renovadora, pero con espíritu y metas cristianas. Las dos palabras que la definen pertenecen a ambos mundos. Comunión es, al mismo tiempo, la experiencia de los “comuni” (los ayuntamientos), de las comunidades políticas, pero también de la eucaristía. La liberación es político-económica, pero también espiritual en Cristo. En cuanto parte de los movimientos juveniles de los años 70, CL chocó con la institución religiosa existente, la Acción Católica. Como cualquier líder carismático de un movimiento, don Giussani supuso un desafío para la institución tradicional para erigir otra nueva, más apta para los tiempos. Por ello, él es un edificador de la Iglesia. La Iglesia, sociológicamente, es de hecho una Potencia Institucional nacida de un movimiento que se expandió y diferenció a través de sucesivos movimientos surgidos para desafiarla y que ha reabsorbido constantemente para revitalizarse sin perder su propia identidad.